
Como a las siete recibí mensajito de Paola diciendo que le habían quitado la sonda, y esperaba un gran desayuno porque dos días y cacho con papilla la tenían muerta de hambre. En seguida recibií mensaje diciendo: "Verde. Papilla". Me dijo que de contrabando le llevara unas barritas marinela de piña y se las prometí.
Mi amiga Marielena Cerecero me llamó al ratito y dijo que venía por mí para llevarme al hospital. Ya me había hablado mi hermana Rocío también de que me acompañaría, así que nos encontramos en la casa y conversamos para que las pusiera yo al corriente de los últimos días.
Marielena conoce la ciudad como la palma de su mano. Siempre digo que es una cafra, es mi heroína del volante, pero cuando lo menciono la gente cree que es en mala onda, cuando lo que hago es reconocer su maestría para conducir en esta ciudad y llegar a tiempo a todos lados. Me dijo por dónde se iría y le comenté que están en obras pero a la mera hora le dije "tú eres la chófira, tú decides". Y resolvió irse por el periférico y treparse al segundo piso, con lo que llegamos rapidísimo.
Tanto que no nos permitieron entrar, faltaba hora y media para la visita. Como Marielena podría ser guía de turistas, nos llevó al centro de Tlalpan, que no conocíamos, y quedamos maravilladas de haber entrado al túnel del tiempo para salir directamente a un típico pueblecito. Naturalmente que comimos en el mercado, aprovechando que mi estómago ya no está regresando la comida.
Compramos para Paola unas alegrías con pepita hermosísimas y nos dirigimos de regreso al hospital.
Todavía no permitían el acceso pero ahora tenían a la gente en la vil calle. Nos amotinamos y al fin pudimos entrar, yo le dije a los policías que nos trataban sin respeto y la demás gente hizo lo propio y nos metimos.
Marielena nos había dejado en la puerta pero adentro estaba esperándonos Roberta, que hizo viaje de Guadalajara a México y aprovechó para visitar a Paola. Subimos al tercer piso y encontré a Paolita feliz, sin sonda y con trencitas.
A la media hora bajé por mi hermana y me quedé abajo esperando que bajara Roberta. Al fin estuvimos mi hermana y yo con Paola y la acompañamos a tomar un poquito de sol al lado de la ventana del corredor.
Al terminar la hora de visita ella comentó que se sentía mareada. De inmediato busqué al médico de guardia que acudió a verla en seguida. Indicó que debía estar acostada pues podría estar mareada debido al medicamento. La ayudamos a subir a la cama, la arropamos y nos despedimos.
Yo quedé con el estómago arrugado porque ante cualquier síntoma raro no sabemos qué esperar. Uno de los pacientes del lado de los varones la saludó y le preguntó qué tenía, porque la verdad se ve como si no tuviera que estar ahí. Cuando Paola dijo que no la dejaban salir debido a la vasculitis, el hombre se sorprendió porque él tiene vasculitis pero no puede caminar derecho, arrastra la lengua al hablar y olvida las palabras... y es precisamente lo que los médicos no se explican, que ella no manifieste ningún síntoma.
En fin, por la noche le llevaron papilla de nuevo pero al final rectificaron y le dieron su ansiada y suculenta cena de paste de atún, pan y una dona. Ahora tiene mucho sueño y se dispuso a dormir.
Su pequeña compañera, sin embargo y por desgracia, no ha cambiado de actitud y sigue perdida en el limbo de la inconsciencia sin querer salir de ahí. Ayer le llevamos unas medias para sus pies fríos pero de todos modos ella no parece notar nada. Ojalá que su traslado a psiquiatría le ayude y se pueda recuperar.
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Patricia