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Mostrando entradas de agosto, 2014

Vecina de la desgracia

Pues sí, hoy quise llamar a la mamá de mi alumnita de lectura Meche, y encontré que está muy enferma. Ella, la madre cuidadosa, enfermera de la niña en las dos ocasiones en que ha sido operada del corazón, sin apoyo del padre, con una madre inválida en su casa, me contestó afónica. "Así estoy desde que me operaron", dijo. ¿A usted?!!! ¿Qué le pasó? Pues resulta que ahora es ella quien se encuentra enferma: un tumor en la base del cerebro que médicos que viajan desde el DF vienen a operarle con una técnica que consiste en ponerle sonda en un brazo, o eso entendí. Y es quien trabaja, quien lleva a las enfermas a los médicos, quien le quita las pulgas a la perrita, quien se ha quedado sin trabajo porque tiene que cuidar a la niña o a la madre o a ambas... ¿Cómo sucede así? pregunto. Dios lo sabe. Pido luz para entender y alivio para ellas, cualquier clase de alivio,  porque desde que las conozco están asediadas por la pobreza y la enfermedad. Y si no se me hubiera ocurrido

De esos días raros

El sueño que tuve me despertó vivamente con una sensación amarga. No entiendo lo que pasa, ese sueño puede que remonte a hace cuarenta años, estaba segura de haber superado todo eso y ahora, inesperadamente, cuando estoy todavía celebrando mi cumpleaños 59 por tener alegría y salud, ¡zaz! aparece este sueño que refleja en cierto modo, de la manera en que lo hacen los sueños, mi pasado. Me levanté metida en la situación y de inmediato quise hacer lo que fuera para distraerme y disipar esa amarga emoción de extrañeza que me hacía pensar en que no era la mejor manera de iniciar mi día. Para colmo tendría una sesión de retrato, no sabía qué ponerme y no quería verme cruda como bolillo sin hornear. Me probé varias mudas de ropa, si negra, si clara, si con escote, si así o asá... hasta que me agarraron las carreras y ya me quedé con lo último que me probé, el pelo no se me quiso acomodar y a duras penas puse rimel a las pestañas diminutas porque si no ni se ven. Para colmo, justo cuando e

Mal sueño

Estamos embarazados y me siento muy feliz. No reencontramos después de muchos años, nuestro primer hijo es ya un joven con su vida en sus manos. Estamos en la vieja casa de su familia, veré de nuevo a todas sus hermanas. El elevador me marea con tanto adorno dorado y sus raras maneras para cerrarse y subir con muchísimo esfuerzo y quejidos oxidosos. Hacemos el amor en donde era su recámara cuando estudiantes y me sentí como aquella jovencita enamorada y llena de esperanza. Mientras me estiro feliz en la cama él se pone muy serio. Esto no está funcionando, me dice. No sé a qué se refiere y la sorpresa me desaparece las palabras del cerebro y de la boca y me pone un salto en el corazón. ¿A qué te refieres? No podemos seguir juntos, es una equivocación. ¡Pero tenemos a esta criatura! Tú la puedes cuidar sin problema ¡Ah no, yo ya lo hice y ahora te toca a ti! Se levanta ligero como el aire mientras mi cuerpo adquiere el peso de todo el plomo del mundo y mi corazón se po

Un rosario de jade

Estoy de visita en la casa de una señora muy mayor.  Hay muchas habitaciones bastante abigarradas tanto en la arquitectura como en el contenido: parece museo porque los muebles son bastante antiguos aunque bien cuidados. Una de las empleadas de la casa me pide que la ayude a revisar el drenaje de las cafeteras. Disimulo cuanto puedo mi cara de “¿what?” y la acompaño a un antecomedor que tiene vitrinas llenas de objetos de plata oxidada. Entre ellos, las cafeteras. Al revisar una por una veo que en la parte del fondo o base tienen un compartimento como el que conocemos para poner pilas en algún aparato, y procedo a retirar los diminutos tornillos para ver si ahí se esconde el drenaje dichoso. ¡Sorpresa! lo que contiene ese espacio son una especie de libritos de acordeón hechos con tela. Como son tan antiguos no sé si fue con el propósito de que perduraran más que el papel o en esos tiempos no había tanta disponibilidad del mismo. Tienen bordadas letras que calculo son oraciones q

Cómo pasan los años

Mientras preparo mi taza del café viajero que me hizo llegar mi primo Jorge desde mi tierra, me pongo a recordar cómo van siendo los cumpleaños a lo largo de mi vida. Bueno, porque la fecha es algo así como un punto de partida desde donde hago esta pequeña reflexión. De niños no tuvimos mayor idea de los cumpleaños, excepto la de que siempre los que se festejaban eran los otros, no los propios. Sin embargo, cuento con dos festejos en mi infancia, por lo mismo memorables, a los cuatro y a los once años. En ambos fue mi abuela paterna quien hizo mi pastel relleno de fresas y nuez, inolvidable como ella. Luego hubo algunos cumpleaños deplorables en los que no era capaz de agradecer mucho debido a la etapa en la que me encontraba, de abandono, desamor, lucha. La vida, este caleidoscopio, a veces nos ofrece las vistas más maravillosas y vino un tiempo en el que mi cumpleaños era una magnífica celebración, con personas y regalos abundantes y se llenaba la casa con su visita. Me sentía