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Mostrando entradas de enero, 2019

Se marchita una esperanza

Allá quedó esa casa, apenas dibujada en la imaginación desatada por las fotografías. El sonido del río al fondo del jardín, la vista del cerro al frente, en fin, todo lo desatado por los recuerdos de mi infancia, en esa otra casa junto al río. No es para mí, según me entero, y no puedo evitar una pequeña humedad en los ojos, un leve pinchazo en el pecho, una nube que se pone gris. Pero estoy triste, no derrotada. Seguiré construyendo mis castillos y seguiré buscando hasta encontrarlos.

Sobre "El viejo y el mar", de Hemingway

Sabía de lo que trataba pero no había leído el libro. A pesar de su brevedad, me parece todo un compendio de lo que es vivir la vida. El drama de la superviviencia cuando depende de la vida de otros, que aunque no sean semejantes son igualmente respetados como seres vivos, aunque no pensantes. El viejo se mide ante el pez colosal que no hace mucho por su vida -porque no piensa, porque para eso está, porque es su destino y su fin- y termina por atraparlo con grandes esfuerzos, coraje, experiencia y valentía. Al conocer el tamaño de su presa el viejo reitera su respeto al animal, a su belleza y su fuerza y reconoce con humildad que le ganó porque él sí piensa. No se vanagloria ni hace de su victoria una mueca de triunfo, sino que acepta que la vida se lo concedió por ser hombre experimentado. El autor nos pone enfrente a la soledad de los hombres que se adentran en la mar, igual a la soledad de cada humano que atraviesa por la vida llevando lo que siente, teme o desea e

De mudanzas, de otras mudanzas...

Contener los recuerdos,  artefactos que nos conectan con los otros:  quienes nos amaron,  quienes nos dejaron algo suyo,  quienes construyeron flores de papel  para nuestro cabello de nube.  Cajas con instantes congelados  que hacen persistente a la memoria;  libros que acompañan nuestras odiseas,  fragmentos de sueños que se recuperan al mirarlos,  se desvanecen como pompas de jabón y dejan una impronta indeleble. Juguetes de la niña que no fui;  aire que se queda entre los dobleces de las cajas para mezclar al bosque el mar. Goces pequeños, rememorados  con tintes de salada dulzura que nos recuerdan que sí, que sólo de paso aquí.