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Mostrando entradas de junio, 2013

Madrugada con violín y Tchaikovsky

Llora un violín, corazón de madera que canta con lágrimas de acordes; filo de cuerdas me sitian en la dulcísima noche, acordes de nube y miel que alborotan mi sangre. El concierto se instala desde mis pretéritos oídos: es música que viene de los tiempos y va a la eternidad. Un espíritu de ayer me dio la partitura que interpreto con atónitos ojos y garganta de musgo. Estremecida sostengo mi corazón entre las manos para que no levante su vuelo fragmentado por filos que desmenuzan el metal, estremecen con reverberaciones las paredes que tiemblan en un eco glorioso espeluznando con belleza indescriptible a los sentidos y soy la hoja de un árbol prehistórico, una aurora boreal, un pez minúsculo, la arena en las pezuñas de un camello, la ruta de los pájaros. Soy con la música el hielo que se funde, una sed de mariposa, la blancura lunar, la venida de un río. Llora el violín sus flores y mi espíritu en volutas besa nubes, se agita como colibrí, tiembla como capullo cuando se abre, llora

Del anecdotario de la infancia: mi Buely

La primera vez que conocí a la abuelita de una compañera de clase, a los seis años, me quedé muy sorprendida: era flaquita, pequeña y bastante arrugada. Mi buely, como llamamos a mi abuela materna, era rotunda, yo recuerdo haber presumido de que casi pesaba cien kilos,  nunca tuvo arrugas, sus trenzas sobre la cabeza siempre parecían estar recién peinadas, sus cejas perfectamente delineadas y su rostro moreno y amable no dejó de estar alegre. Creía que así eran todas las abuelitas. Tardé para entender que la mía era única. Los domingos por la mañana era día de mercado. Salíamos con ella cargando la canasta, pero antes, el ritual previo al desayuno: se tejía las trenzas, las enlazaba sobre su cabeza, las prendía con horquillas que siempre me daban miedo porque creía se le clavaban, y se aplicaba el polvo para terminar delineando negramente sus cejas. En su casa cantaba mientras lavaba la ropa, en el patio donde mis primos y yo navegábamos en barcos imaginarios con banderas por

También yo tengo malos ratos

¿Y si te cansas? Y si te cansas de rodar tus huesos, de amanecer siempre contigo y tu pesado saco de preguntas; si tu deseo es detener el carrusel, bajarte por ninguna esquina, cruzar la bruma que sale de ti, de la negrura que te viste siempre seria en tu interior, pequeña y fría, asolada por el ruido que nunca cesa en tu cabeza, eco del mundanal que acosa afuera, donde hay tanto neón helado, tanta falsa luminosidad, tanto calor procurado por el gas, no por la llama que adentro te consume, te ahúma los ojos y te quema las yemas de los dedos, cansados de imprimir sus huellas en toda superficie sin tocar fondo, sin adentrarse en las texturas ajenas que también se esconden y van solas, en silencio como las largas filas de los trenes que nunca se detienen... Y si te cansas de parpadear mirando cada vez lo mismo, esa violencia de no cambiar las cosas, de ver los calendarios convertidos en historia que al final de los milenios sigue siendo igual, nada cambia, no ha hecho la evoluci

Mi Día del Padre...

Coser la ira.  Cruzamos la  calle  atestada de gente en busca de lo que nos encargaron para preparar comida en la casa donde estamos de visita. Adriana y yo caminábamos acompañadas de mi hijo, esquivando a las personas que al parecer habían tenido fiesta en las calles de ese barrio. Al cruzar, un hombre ya mayor y bastante alto, al ver acercarse a mi padre por la contraesquina, intentó agredirlo amagando a mi hijo, que de inmediato corrió de regreso a la casa. En su lugar, el tipo levantó por los aires como a un papel  a un ebrio que pasaba y lo lanzó contra mi padre, que cayó de espaldas sobre la banqueta.  Su primera reacción de mi padre–más bien la única- fue golpear furiosamente las piernas del hombre ebrio como si quisiera romperlas, pensando que lo atacaba. Con una aguja en la mano clavaba y remolía un costado del hombre  intentando dañarle el hígado. Gritaba yo desesperada y con angustia porque el pobre borracho no tenía ninguna culpa y en cambio el agresor se había m

Voces en el jardín

Aquí el poema de las cuatro de la mañana Quiero escuchar el rumor de la hierba cuando duerme mientras el viento cala llevándose hojas secas. Quiero esuchar palabras para ese colibrí que ronda y dice con su voz de plumas que empieza a amanecer, que la lluvia alimenta mis brotes para convertirme en ramo que se abre entre sus alas, prestándoles pasión. Quiero escuchar al grillo que muerde los misterios y saber que estoy viva, estoy viva, estoy viva… 15 jun 2013

De los regresos

Primero fue mucha expectación por ir a Horas de Junio, esas horas donde Pina, Luciana, Rosario y tantas otras. Dieciocho años pasaron antes de que fuera, aunque desde el primero tenía ganas de ir a ese encuentro en Hermosillo. Éste fue el año. Para bien o para mal, finalmente se me hizo y no tengo marcos de referencia para saber si me fue mejor o peor que a otros, pero los comentarios que he escuchado me inclinan a pensar que no me fue tan bien... Por otro lado, siempre están esos hallazgos de nuevas voces, de poesía sobrecogedora que hace eco en mí, personajes que se quedan poblando mis recuerdos, sorpresas, alegrías. Y encima de todo, los reencuentros: de Chihuahua y Bogotá, las íntimas amigas que también pusieron su dedo y su intención en este punto del planeta, este punto ardiente de 45 grados a la sombra que es Hermosillo y que no debe su nombre a sus características sino a cierto personaje de su historia pero que de todos modos no es feo y tiene su encanto, sus avenidas, su c

Esta incipiente, desconocida viudez

Hoy finalmente partió. Él allá, en el DF a las tres de la tarde. Yo aquí, a las seis, le escribía un poema sin estar enterada. No es sencillo describir el grado de calidad humana con que iluminó a todos quienes lo conocimos. Su buena educación, cultura, inteligencia, sensibilidad. Su manera de tocar el piano, de pintar un cuadro, de apreciar un paisaje o la comida, una buena charla, la risa de los niños a quienes siempre estaba enseñando cosas. Un hombre que con sólo estar, daba enseñanzas. Su generosidad fue tal que con frecuencia fue tomada por asalto por seres insensibles y mezquinos. Le gustó mucho montar, y le apasionó el piano con la música clásica. Era buen nadador y en sus mejores tiempos, extraordinariamente guapo, en los festivales de cine de Acapulco le pedían autógrafos. El más paciente padre, el más comprometido amigo y el mejor ejemplo. Y a mí me toca ahora decir, el más romántico galán, el bien nacido príncipe, el caballero que siempre me hizo su dama, aún c

Efectos secundarios

Estaba de nuevo en la camilla, con Claudio acurrucado junto a mí. Intenté despertarlo pero fue inútil, y contemplé de nuevo los corredores del hospital. Sentí otra vez su frío: me llevaban de regreso al quirófano y me dejaron estacionada en un pasillo. El médico me pidió que cuidara la entrada del baño porque no tenía puertas. Aproveché para observar el quirófano, ya que estaba yo a la entrada:  del techo colgaban unas lámparas y supe que eran las que se usan para las operaciones del cerebro. Las mesitas para el instrumental tenían carpetas navideñas como el papel tapiz de las paredes. Claudio seguía dormido en mi camilla y la única explicación que encuentro para que no lo hayan retirado es que por ser un hospital privado, de seguro cobrarán su sueño como el de cualquier paciente. Volví a ver las paredes y descubrí que tenían  llaves de agua que goteaban a todo el piso. Me pregunté si sería normal o les urgía un plomero. Hice otro intento por despertar a mi marido. Me pre

Diseño de Bodas

Ahora que está de moda encargar a los profesionales el diseño de una boda, nos contrataron para el matrimonio de la Señorita X y Fulano de Tal. La chica es insoportable: una de esas niñas consentidas que cual hijas de político van por el mundo creyendo que son lo más exquisito de la creación y jamás prestan atención a los otros. No se molestó en disimular su disgusto por nuestra participación, que consideraba una intromisión en su preciosa vida,  pero no pudo objetar nada a la madre, que es quien paga. No puedo entender cómo una persona tan menuda, tan insignificante, puede generar tanta antipatía en quienes la rodean, porque a leguas se ve que no soy caso único y nadie puede verla. Berrinche tras berrinche, no acepta las sugerencias, cuestiona todo haciendo mohínes y dando pataditas, y para colmo, acabamos de enterarnos de que su boda está amenazada. Sí, el terrorismo abarca los ámbitos domésticos en este país como en tantos otros. No importa: ella se niega a seguir nuestra

La regadera

Después de tantos años, estoy de nuevo en casa con Emilio. Parece haber una reunión familiar. Apenas levantada, busqué dónde darme un baño. Él estaba listo y me dijo que podía usar la regadera de la recámara. Es una pieza grande con varias camas y el techo altísimo, como en todas las casas antiguas. La regadera está en la pared, arriba de la cama, lo que es muy extraño pues  al abrir la llave, el agua cae encima. Noté lo empapada que estaba la cama debido al baño previo de Emilio. En seguida pienso que para la noche no vamos a poder dormir ahí y trato de abrir más la llave para que el chorro de agua caiga más lejos, pero se puso tan caliente que no puedo usarla y no hay más que una llave que enciende y apaga un botón haciendo ruido de alarma. Resuelvo quitar la cama y al buscarle lugar veo que el piso de la habitación está ya encharcado. Al remover la cama noto que casi no pesa, pero tiene otra cama debajo, más pequeña. Hubiera sido mejor no bañarme, pero era indispensable porqu

Matando las horas solas

“Es una galleta simiesca”, dije mientras le daba una hojuela deshidratada de manzana a mi perro. Había abierto la lata número tantos de cerveza y batallaba contra la soledad. Pensé en el Centavo y su méndiga manera de alejarse, como si yo hubiera cometido un estropicio en su contra o como si de plano ni mereciera su amistad. Pensé en lo sola que estaba, y en cuántas veces me había sentido así. Últimamente venía siendo una cosa densa, desde que nos cambiamos de ciudad y los amigos se quedaron lejos. Otra hojuela para el perro y otro trago para mí. La tele me cansó. Vi una película incompleta sobre un hombre que estaba en vísperas de casarse y sin embargo iba a buscar a una prostituta —morena belleza explosiva que sólo existe en el cine—que le decía que cuando amaneciera todo iba a ser límpido como nunca, y así fue, pues cuando despertó, el hombre tenía nueve años de nuevo. Luego terminó como película francesa, con un final bastante ingenuo y rosa con beso de príncipe az

Los caprichos de mi madre

Mi madre, que según me entero vive ahora en el otro lado, llegó de visita inesperadamente. Todavía tenía algunas de sus cosas en mi casa, que junté para dárselas con otras que yo había guardado para obsequiarle. No sé de dónde fue a sacar a Lucero, la perra negra recogida que quiso tanto. Yo no sabía que todavía la tenía porque no la había vuelto a ver. Sin ningún reparo comenzó a llenarla con las cosas que le cabían. Nunca supe que la hubiera hecho disecar, y me impresionó verla como si cobrara vida conforme mi madre la engordaba metiéndole ropas y cosas como si fuera su maleta. Lo más feo eran los ojos, fijos y sin vida. Como los de mi padre, sentado en una silla de ruedas. Sabíamos que no estaba vivo, tenerlo así era otro de los caprichos de mi madre. Pero hubo un instante en el que él volvió su mirada hacia mí. Sí, su mirada, no los ojos fijos y apagados. Yo sentí un vuelco tremendo. Alguien que estaba detrás de mí, por fortuna vio lo mismo que yo, pero nadie nos quiso