


Desde antier por la noche Mauricio y yo andamos un poco desconchinflados: a él le vinieron escalofríos y dolor de estómago junto con el de los músculos de los hombros. Le dí te y masage y pareció sentirse mejor.
Pero ayer amaneció igual, con náusea e incipiente dolor de cabeza. A mí me comenzó un dolor igual en cuanto terminamos de comer en casa de Coquito, con Alfonso que ya había llegado. Antes de salir hacia el hospital me tomé una pastilla que no funcionó y cuando llegamos tomé otra que tampoco hizo efecto. Cuando bajé del piso para que Mauricio pudiera subir, una señora me regaló otra pastilla porque me vio agarrándome la cabeza con las manos...pero tampoco sirvió.
Pablita estuvo contenta con la visita de Alfonso, ya se sabe que él es siempre tan ocurrente que resulta cómico y se pasan ratos muy gratos en su compañía.
De regreso en el metrobús nos dirigimos a una farmacia para comprarme una inyección porque ya era migraña mi dolencia.
La caminadera por el cierre de estación fue más agradable porque Alfonso nos enseñó un atajo que resultó encantador: encontré casas muy antiguas protegidas por el INAH, una especie de delegación con murales que no sé todavía quien pintó, una iglesia y sé que también hay un convento. Algunas casas tenían placas de cuando fueron construidas, en los años cuarenta.
Ya en casa de Coquito de nuevo, Alfonso fue el encargado de aplicarme la inyección, que para mayor desgracia, tampoco funcionó y optamos por ir a casa porque definitivamente siento que me hace falta dormir más. Mauricio había mejorado pero todo el día anterior no había comido casi y le preparé panecillos para cenar. Ambos nos tomamos un par de pastillas para dormir -de las naturistas- y el día de hoy abrí el ojo hasta las nueve de la mañana, con la noticia de que Pablita nuevamente no pudo dormir bien y ya tiene una vecina de cama.
Mañana es el día en que -supuestamente- recogemos los resultados del INDRE para que los médicos decidan si pueden dar de alta a Paola esta semana.
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