Una camina aligerando el equipaje, deshaciendo nudos, cuidando los pasos.
Busca su frazada favorita, su mejor perfume, su música preferida antes de dormir.
Y transita por los días -uno, dos o varios-, pensando que todo marcha bien,
que las punzaduras comienzan a sanar, desaparecen poco a poco.
Pero luego, cuando a la noche se le mete ser artera,
volteo a mirar por la ventana y me asesta su mordida venenosa:
cruzando la calle, una pareja abrazada y sonriente pasa por mi casa.
Ahí está el vuelco, nunca ha dejado de acechar.
Ahí está el hueco tibio, aún sin costra.
De un manotazo cierro la cortina, no quiero ver por esos ojos.
Me traslado a embotarme frente al televisor,
pero ya dije que a la noche se le ha metido ser artera:
justo cuando lo enciendo, un hombre emocionado parece declamar:
"Tras diecinueve años de casados, todavía haces latir mi corazón"
dice a una esposa temblorosa y moqueante que suspira.
¡Qué asco! -me digo- ¡cuánta infamia! esto debe de ser algún complot.
Verde, la envidia me sube a la cabeza
-nosotros sólo cumplimos diecisiete-
y la amargura me hace trizas la garganta.
Voy a seguir jugando solitarios cada noche.
Voy a seguir jugando.
Voy a seguir
solitaria
cada noche.
Busca su frazada favorita, su mejor perfume, su música preferida antes de dormir.
Y transita por los días -uno, dos o varios-, pensando que todo marcha bien,
que las punzaduras comienzan a sanar, desaparecen poco a poco.
Pero luego, cuando a la noche se le mete ser artera,
volteo a mirar por la ventana y me asesta su mordida venenosa:
cruzando la calle, una pareja abrazada y sonriente pasa por mi casa.
Ahí está el vuelco, nunca ha dejado de acechar.
Ahí está el hueco tibio, aún sin costra.
De un manotazo cierro la cortina, no quiero ver por esos ojos.
Me traslado a embotarme frente al televisor,
pero ya dije que a la noche se le ha metido ser artera:
justo cuando lo enciendo, un hombre emocionado parece declamar:
"Tras diecinueve años de casados, todavía haces latir mi corazón"
dice a una esposa temblorosa y moqueante que suspira.
¡Qué asco! -me digo- ¡cuánta infamia! esto debe de ser algún complot.
Verde, la envidia me sube a la cabeza
-nosotros sólo cumplimos diecisiete-
y la amargura me hace trizas la garganta.
Voy a seguir jugando solitarios cada noche.
Voy a seguir jugando.
Voy a seguir
solitaria
cada noche.
Comentarios
Un abrazo y te leo.
Patricia