No hay forma de describir las horas, los momentos que pasamos en Tempe, en casa de nuestra flamanante angeladoctorta CarmenAmato, que tuvo a bien recibirnos en su casa no sólo con los brazos -es decir, las alas- abiertas, sino con lujo de apapachos, consideraciones y regalos inapreciables.
Llegué primero luego de una pesadilla para llegar al aeropuerto: cerraron la carretera en Tijuana, la línea para cruzar a San Diego estuvo larga y lentísima, y perdimos el vuelo. Iris, que me acompañaba, es una excelente compañera de viaje porque se pone nerviosa como yo, pero no se altera. Nos pusieron en el vuelo siguiente pero Carmen no se enteró de la tardanza y anduvo como alma en pena preguntando y preguntándose qué abría pasado conmigo, dado que el avión, por lo que vio, no se había caído.
Iris y yo nos equilibramos en el vuelo con un wiskey de modo que cuando al fin llegamos y nos encontró Carmen, al decir suyo me veía yo fresca como una lechuga. Iris se encontró con su amigo y se fueron juntos, y me quedé con Carmen.
Nos fuimos a comer, nos trasladamos a la universidad, en donde sus alumnos me hicieron una entrevista a la que, por instrucciones de su profesora, tuve que contestar con circunlocuciones para dar cumplimiento a su programa, y al terminar nos fuimos a su casa. Más tarde, Cecilia su amiga pasó por nosotras para ir a hacer el super.
El refri quedó atiborrado porque la antifrionía de Carmen lo exigía, listo para recibir a las ángelas poetas que por tener que vivir en este mundo se ven precisadas a comer y hacer otras cosas que según Sylvia Ernestina, hasta los dioses tienen que hacer...
Al otro día, mientras me quedé cocinando, Carmen fue por Lilvia y Carmen Julia, para que más tarde se reuniera con nosotras la Maga. Claro que faltaba Olimpia pero aunque nos mantuvimos soplando la flamita de la esperanza, en el fondo pensábamos que no llegaría porque no se había comunicado con ninguna de nosotras, y así fue.
Cuando nos vemos, por lo general hemos estado alejadas físicamente por algún tiempo, pero al encontrarnos retomamos las conversaciones como si la tarde anterior nos hubiéramos ido a tomar un café. Así sucedió, de manera deliciosa.
Por la tarde una lectura en el Colegio de Guadalupe y luego a tomar cerveza y cenar, departiendo con los demás poetas que leyeron y conociéndonos más.
Todo lo demás fue estar juntas -y felices, como dice la canción- todo el tiempo. Sin cansarnos, sin dejar de tener ganas de hacer cosas, y para muestra el botón del video que grabamos a dos cámaras del poema de Carmen, el Torito, con la voz de Carmen, la danza de Sylvia, la asesoría de Carmen Julia y mi muy accidentada dirección de escena, lo que nos llevó a terminar el rodaje después de las tres de la mañana, ante el estoicismo de nuestra bailarina estrella.
Tallerear, leer, hacer comida, estar juntas exponiendo nuestros proyectos, viendo la ponencia de Lilvia, el video de Sylvia, los poemas de Carmen Julia y CarmenAmato, en fin, una de esas experiencias que solamente quienes la han tenido alguna vez, pueden entender. Horas y horas de estar sentadas con los pies hinchados y las caras felices y los ojos de marciano por tantas desveladas, al grado que tenía yo que repartir rodajas de pepino a diestra y siniestra para reparar los daños.
Cerramos el encuentro con la lectura de las cartas de los ángeles, la resolución para insituír la Red Planetaria de Mujeres Poetas, fijar las fechas y lugares para las reuniones próximas y finalmente, construir cada una un libro objeto conmemorativo.
Cuando nos dimos cuenta, el tiempo había terminado -no hay plazo que no se venza- y comenzamos a partir, al principio con valentía y al final con lágrimas en los ojos y con el corazón -y mi estómago- arrugados. Pero felices, cargadas de energía, de cariño, de un poco de sabiduría por haber crecido juntas esos momentitos.
Vengo cansada porque dormimos un promedio de cuatro horas diarias durante esos días, pero con el corazón henchido, con un canto interior de petirrojo que dice que van a venir muchas y buenas cosas para todas nosotras.
Carmen, Lilvia, Carmen Julia, Sylvia, Maga: cuánto me alegra de haber compartido este tiempo con ustedes, las Chingonas.
Se quedan mi corazón.
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