Y de repente esta noche, en un apartamento donde está una pareja inesperada pero cada uno con su pesada maleta, con su truncado sueño y su ya crecida vida. Solos y juntos, cada uno cuidando de sus restos para no perder todo en la apuesta, pues ni siquiera resultan compatibles en las penas. Solos en el silencio de esta noche que fue primera y última, esfuerzo estéril en la búsqueda, inútil el acotamiento de distancias.
Solos, sin compartir el frío que a cada uno congela. Separados por el sueño o el recuerdo que a escondidas deletrea cada uno, el verdadero sueño, el tesoro del que no hablan y encontraron en algún momento lejano de sus vidas con la certeza pura del hallazgo. En un lugar de sus vidas donde cada uno tenía noches distintas, había flores y té, juegos y besos. Solos y separados, cada uno escondiendo en el puño su tesoro, cada uno jugando en esa farsa para evitar el castigo del destino, un destino que no les es común aunque lo intenten porque aunque no lo admitan, su carta ha sido echada.
Pienso también en la pequeña casa en las orillas, donde ella aunque no duerme tiene pesadillas. Ella, la Sola, la que quedó en espera, suspendida. La que vale el tesoro que tiene el otro Solo, el del apartamento con su noche, y está frente a un espejo en el que no se reconoce, sus ojos han oscurecido y tienen en el fondo ese matiz de esperanza y desamparo.
Sí, de repente la noche reparte soledades por más que los acongojados busquen compañía, extiendan sus abrazos, anhelen dulces besos.
Solos, sin compartir el frío que a cada uno congela. Separados por el sueño o el recuerdo que a escondidas deletrea cada uno, el verdadero sueño, el tesoro del que no hablan y encontraron en algún momento lejano de sus vidas con la certeza pura del hallazgo. En un lugar de sus vidas donde cada uno tenía noches distintas, había flores y té, juegos y besos. Solos y separados, cada uno escondiendo en el puño su tesoro, cada uno jugando en esa farsa para evitar el castigo del destino, un destino que no les es común aunque lo intenten porque aunque no lo admitan, su carta ha sido echada.
Pienso también en la pequeña casa en las orillas, donde ella aunque no duerme tiene pesadillas. Ella, la Sola, la que quedó en espera, suspendida. La que vale el tesoro que tiene el otro Solo, el del apartamento con su noche, y está frente a un espejo en el que no se reconoce, sus ojos han oscurecido y tienen en el fondo ese matiz de esperanza y desamparo.
Sí, de repente la noche reparte soledades por más que los acongojados busquen compañía, extiendan sus abrazos, anhelen dulces besos.
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