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Última semana de febrero y noche

Tengo dolor en mi casa
tengo almendras
vengo a morir cada noche
siento almohadas...
Un paso absurdo, azul, acosa mis caminos.
Tengo que espiar con un ojo al animal que se agazapa
Acecho a la mañana,
corto fragilidades con mis dedos.
Se me escurre el dolor, no llega lejos
porque es mi hueso,
mi casa, mi sustento.
Todo ente feliz no tiene entrada
bajo los arcos que anuncian esta tierra.

Vayan al aire,
busquen en el lago
no importan las mañanas ni las cosas
no le hace que se terminen las olas.
Vayan al circo,
encuentren las serpientes,
que los forzudos me quiten las cadenas.

Hoy se me rompen los huesos
pero mañana estreno nuevas alas.

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Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

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