Ayer, por el frío, me quedé en cama a pesar de que avanzaba la mañana. La tarde anterior había tenido una descompensación que me hizo sentir demasiado cansada y al despertar no me sentía con energía.
Pero vino un ángel y con sus argumentos me invitó para salir a dar un paseo ¡en bicicleta!. Para comenzar, no sabía si podría guardar el equilibrio después de que aprendí a andar en bici cuando tenía quince años, y nunca más me trepé en una. Pensé en mi columna pero pudo más el gusanito y nos lanzamos.
Valía la pena el paisaje, sobrio pero hermoso, el olor de las plantas, los colores de la mañana. Y haciendo de tripas corazón, y luego de que se me caracterizó como si fuera muy "pro", intenté el pedaleo.
Como dicen, es algo que nunca olvidas. Luego de algunos titubeos por miedosa, pude recorrer un tramo del camino donde estábamos. Claro que mi columna me pasó factura, al poco rato tenía dolor intenso pero iba preparada con una pastilla.
Ya pasó, ya vi dos cosas: que sí puedo andar en bici todavía, y que no gracias, no puedo volver a hacerlo sin sufrir de la columna... Es un poco agridulce, es cierto, sentir de nuevo esa alegría de niña cuando vas en bicicleta, y hacerme cargo como adulta de que eso no me conviene, y como tantas otras cosas, debo anotar ésta en mi lista de limitaciones.
Pero vino un ángel y con sus argumentos me invitó para salir a dar un paseo ¡en bicicleta!. Para comenzar, no sabía si podría guardar el equilibrio después de que aprendí a andar en bici cuando tenía quince años, y nunca más me trepé en una. Pensé en mi columna pero pudo más el gusanito y nos lanzamos.
Valía la pena el paisaje, sobrio pero hermoso, el olor de las plantas, los colores de la mañana. Y haciendo de tripas corazón, y luego de que se me caracterizó como si fuera muy "pro", intenté el pedaleo.
Como dicen, es algo que nunca olvidas. Luego de algunos titubeos por miedosa, pude recorrer un tramo del camino donde estábamos. Claro que mi columna me pasó factura, al poco rato tenía dolor intenso pero iba preparada con una pastilla.
Ya pasó, ya vi dos cosas: que sí puedo andar en bici todavía, y que no gracias, no puedo volver a hacerlo sin sufrir de la columna... Es un poco agridulce, es cierto, sentir de nuevo esa alegría de niña cuando vas en bicicleta, y hacerme cargo como adulta de que eso no me conviene, y como tantas otras cosas, debo anotar ésta en mi lista de limitaciones.
¡Pero lo bailado nadie me lo quita!
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