Muchas veces, desde niña, pensaba que debería ser como los caracoles para llevar mi casa a cuestas por donde quiera que fuera. Es porque nos mudábamos con frecuencia y siempre resultaba muy pesado llegar a casas o ciudades diferentes, conocer gente nueva, escuchar distintos ruidos. Encontrar nuevos lugares a las viejas cosas es algo que lleva tiempo. Y la experiencia nos va ayudando a encontrar más rápido esos espacios.
Así me pasa ahora: lenta pero creo que firmemente las emociones se me van acomodando, la rutina empieza a formarse de nuevo tímida, incipiente, muchas veces aún desconcertada.
Alex y yo sufrimos del mismo mal, y cuando nos sentimos deprimidos nos hablamos para consolarnos. Una vez que comienzo a entender que no puedo cambiar nada y que debo aceptar lo que sucede, subo el primer peldaño hacia la sanación. Con la amistad que nos ha unido por tantos años, no nos es posible alejarnos una de otro. A veces comemos juntos o nos vamos al café o vemos una película. Pero todavía a veces me descubro en la casa hablando en voz alta con él, preguntando alguna cosa, como si estuviera. Son momentos difíciles pero pasan y de ese modo, poco a poco nos vamos instalando en esta novedosa vida que nos estamos trazando. Es bueno saber que no estamos peleados, que no rompimos lazos y que, cada quien desde su trinchera, seguirá pendiente del otro mientras nos dure la vida.
Este fin de semana me trajo tranquilidad haber pasado el sábado con Alex y haber comido con él y con Paola el domingo. Es el modo como dejo de sentir que estoy abandonada. Es un poco sentirnos como novios, cariñosos pero cada uno en su casa.
Como le dije a la psicóloga: estoy echada pa delante porque sé que de esto nadie se muere, no importa cuánto duela.
Para el anecdotario: ya encontré la olla para hacer palomitas a la vieja usanza, tenía muchos años de no comer palomitas como las de mi infancia. Y ahora el siguiente objetivo es encontrar la licuadora porque esta mañana hacer agua de guayaba fue un ritual que me tomó usar una jarra de vidrio, una ensaladera y un improvisado colador porque el que tenía se lo dejé a Alex. Trituré la fruta con una cosa para hacer batidos y le tomó años. Pero al menos el agua quedó rica, según confirmó mi amiga Iris que observó divertida las maniobras para luego acompañarme a La Pradera, en donde su amiga Adriana nos ofreció unos tacos de lengua, sesos y cabeza sencillamente incomparables. Años de no tomar un consomé de borrego...
Y por si fuera poco, el amigo Piere me entregó este día mi computadora ya compuesta y recompuesta y como me instalaron línea telefónica hace tres días, estoy de nuevo conectada con el mundo desde mi casa...
Así me pasa ahora: lenta pero creo que firmemente las emociones se me van acomodando, la rutina empieza a formarse de nuevo tímida, incipiente, muchas veces aún desconcertada.
Alex y yo sufrimos del mismo mal, y cuando nos sentimos deprimidos nos hablamos para consolarnos. Una vez que comienzo a entender que no puedo cambiar nada y que debo aceptar lo que sucede, subo el primer peldaño hacia la sanación. Con la amistad que nos ha unido por tantos años, no nos es posible alejarnos una de otro. A veces comemos juntos o nos vamos al café o vemos una película. Pero todavía a veces me descubro en la casa hablando en voz alta con él, preguntando alguna cosa, como si estuviera. Son momentos difíciles pero pasan y de ese modo, poco a poco nos vamos instalando en esta novedosa vida que nos estamos trazando. Es bueno saber que no estamos peleados, que no rompimos lazos y que, cada quien desde su trinchera, seguirá pendiente del otro mientras nos dure la vida.
Este fin de semana me trajo tranquilidad haber pasado el sábado con Alex y haber comido con él y con Paola el domingo. Es el modo como dejo de sentir que estoy abandonada. Es un poco sentirnos como novios, cariñosos pero cada uno en su casa.
Como le dije a la psicóloga: estoy echada pa delante porque sé que de esto nadie se muere, no importa cuánto duela.
Para el anecdotario: ya encontré la olla para hacer palomitas a la vieja usanza, tenía muchos años de no comer palomitas como las de mi infancia. Y ahora el siguiente objetivo es encontrar la licuadora porque esta mañana hacer agua de guayaba fue un ritual que me tomó usar una jarra de vidrio, una ensaladera y un improvisado colador porque el que tenía se lo dejé a Alex. Trituré la fruta con una cosa para hacer batidos y le tomó años. Pero al menos el agua quedó rica, según confirmó mi amiga Iris que observó divertida las maniobras para luego acompañarme a La Pradera, en donde su amiga Adriana nos ofreció unos tacos de lengua, sesos y cabeza sencillamente incomparables. Años de no tomar un consomé de borrego...
Y por si fuera poco, el amigo Piere me entregó este día mi computadora ya compuesta y recompuesta y como me instalaron línea telefónica hace tres días, estoy de nuevo conectada con el mundo desde mi casa...
Comentarios