



Definitivamente debo hacer caso de Paty, Osiris, Merielena y demás cuando me dicen que me deje llevar por la inmovilidad, en ese caso. Como dice Paty, algo he de tener que ver desde la calma, desde la aparente inmovilidad que me tiene adolorido el cuerpo. Es cosa de esperar, cosa que precisamente no sabemos cómo hacer. Pero a una semana tiesa, me puedo dar cuenta de que el tiempo transcurre de modo diferente, parece más denso y nos ponemos con esa propensión a indagar más adentro de nosotros, a identificar ciertas emociones o pensamientos que habían estado aleteando en los alrededores como polillas luminiscentes. Quizá sea el tiempo de reparar más en ellas y lo que nos dicen cuando las escuchamos.
También me sirve el tiempo para dibujar, para hacer trazos locos dejando que el grafito se desparrame por el blanco del papel, deslizándose con su modesto brillo y haciendo los arabescos que después jugamos a identificar o les agregamos alguna identidad.
Aprender a jugar backgamon haciendo corajes con la computadora encajosa, aprender a doblar sábanas acostada, quitar y poner zapatos sin agacharme, en fin, todo un entrenamiento doméstico y personal en estos largos días en los que la osadía de una salida para matar el aburrimiento puede resultar en los peores momentos de la dolencia con el consabido arrepentimiento.
Ahora tengo más paciencia, entiendo mejor que no debo ponerme necia y querer hacer cosas que no debo.
Y es encima de todo maravilloso darse cuenta de lo mucho que una siempre puede aprender en cualquier situación, mientras se ponga la cara buena, la de aceptación.
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