
A veces el dicho parece infalible. Antier y ayer estuve con dolor leve y podía caminar mejor. Eso me alentó para salir a regar el jardín, que no considero una actividad pesada siempre que no me agache y no se atore la manguera. Es una actividad que me gusta hacer porque me pone al tanto del avance de mis plantas: si ya está floreando el chile habanero, si pegaron las semillas de cempazúchil que espero tener para Día de Muertos, si el rosal blanco ya se recuperó de la plaga, etcétera.
Pero en algún momento, al terminar, di un paso que dio en un hueco y ahí estuvo: de nuevo el dolor galopante y la inmovilidad. De alguna manera llegué a la cama y no pude incorporarme después ni con la ayuda de Alex, por el dolor.
Para colmo, llamaron del laboratorio donde ayer me hicieron las radiografías dinámicas para decirme que me presentara de nuevo para repetir unas tomas por decisión del doctor.
Y un poco después me avisaron del consultorio del neurocirujano que vería hoy en la tarde que tendrá cirugía a esa hora y que me verá hasta mañana...
Con todo esto no puedo ni siquiera pintar porque ninguna postura me acomoda. Pero puedo escribir al menos, que es ganancia. Y por lo pronto estoy haciendo ejercicio de memoria recuperando algunos pasajes de mi vida que, aunque parezca increíble, he comenzado a escribir a petición del público. No que valga tanto la pena sino que he tenido muchas patoaventuras en la vida. O como dice de manera elegante mi amiga Estela: he vivido intensamente a pesar de mi corta vida...
Por cierto, en estos día he pensado mucho en Frida, en su padecimiento y su enorme valentía. Habrá que seguir su ejemplo.
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