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Día once, junio, Orizaba


De niña conocí a Mago, hermana de una tía política, porque llegaba en las vacaciones de diciembre con su hija Alejandra vestida de muñeca. Siempre escuché decir en la familia que Mago era una modista de primera y que por eso los vestidos de su hija eran únicos. Yo cuando veía a la niña me parecía igualita a las muñecas que estaban en los aparadores de la Estándar, la tienda donde trabajaba mi tía Olga, todo eso en Orizaba.
Muchos años después, ya adulta, tuve la necesidad de buscar una  modista en el DF y le pedí a mi tía los datos de su hermana. Una vez contactadas, iniciamos una linda amistad que incluyó a sus hijas que ya eran unas jóvenes. La menor es de la edad de mi hija, en vacaciones ahora ellas eran las que se juntaban a cantar canciones, cada una interpretaba a Yuri y a Daniela Romo según sus largas melenas.
El año del último terremoto en el DF provocó que la casa donde vivía Mago dejara de ser segura y sus hijos la convencieron de irse a vivir a Orizaba. Nadie podía imaginar en ese tiempo que años después sería precisamente ella quien encontrara la casa a la que vine a dar una vez que decidí regresar a mi tierra.
Su hija Tere -la menor- ya estaba viviendo aquí, y ella fue la que estuvo en contacto conmigo para apartarme esta casa, darme los datos del dueño e informarme de cuanta cosa le pregunté queriendo averiguar los pormenores del espacio y del barrio.
A mi llegada acompañada de Iris y de mi hijo las buscamos, e inmediatamente fueron las mejores embajadoras: dónde está la tiendita, los teléfonos para los servicios de agua y gas, las señas para llegar a la panadería, al mercado, a la plaza comercial cercana… y no sólo eso: a comer en su casa con su esposo y sus hijos y además, pasar ahí la noche cuando mandé fumigar por el horrible asunto de las cucarachas.
Qué cierto es que elegimos a nuestra familia por afecto, por empatía, porque así lo pide el corazón, qué orgullo que Tere me diga prima y me recuerde desde que era niña. Verla con dos nietos a su edad es algo que me deja atorada en el asombro y el respeto por su capacidad para tener una hermosa familia junto con su esposo, y tener a Mago de vecina es toda una lección, pues a sus 84 años lee sin anteojos, sube y baja las escaleras ligerita, sigue igual de guapa y se va a bailar cada semana, Dios quiera que algo de eso se me pegue.
La vida es buena aquí.

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