Ir al contenido principal

Bitácora del viaje anunciado


Sábado 8 de junio

Desperté sobresaltada porque teníamos que pasar por mi amiga para salir rumbo a Orizaba, ya apremiaba el tiempo. La típica sensación en el estómago cada vez que voy a viajar. Mi hijo mi puso café en un termo, preparé una ración de burritos para el camino -primera vez que los hago y aprovecho las tortillas de harina que traje de Ensenada- y nos pusimos en marcha.
Una vez en el auto todo el contingente -Bambi de primera en el auto- nos dirigimos a la carretera, sólo que teníamos que cargar gasolina tuvo que ser en un punto de Chalco que tenía las calles ensenadizadas, es decir, llenas de baches profundos, con basura, piedras…
La carretera no presentó retrasos y en breve estábamos entrando a mi ciudad natal. Pedimos a mi hijo abrir las ventanas y nos dijo que afuera estaba haciendo mucho calor. ¡Lo sentimos! Al parecer habíamos llegado a una sucursal de Veracruz, a juzgar por la humedad y la temperatura, pero nada turbó nuestra dicha de la llegada.
Luego de algunos vericuetos para dar con la casa, ¡llegamos! El dueño estaba realizando todavía algunos arreglos con sus trabajadores y yo por fin pude ver en vivo y a todo color lo que me habían mostrado en fotos. Los pisos sucios y los baños oxidados no me dieron buena impresión pero sé que son detalles superable, je je.
Con mucha emoción recorrimos la planta baja y luego subimos, yendo de sorpresa en sorpresa, inspeccionando los rincones e imaginando qué poner en dónde.
En el patio hacen nido las palomas, por lo que van a poner una red, ya que el piso está destruido por sus desechos.
Bambi, que desde el inicio del viaje intuye pero no sabe qué está pasando, se ha sentido muy inquieta, no se me despega y no quiere perderme de vista, así que está a mi lado conociendo lo que será su hogar sin que lo sepa.
La calle es angosta, una calle típica de mi ciudad. Desde mi sala veo dos árboles de naranja en la banqueta de la casa de enfrente. Atrás está el cerro de Escamela, de tamaño respetable y tupida vegetación. A diez cuadras está un mercado grande y en la dirección opuesta una moderna plaza comercial con cines. A dos cuadras de la casa hay una tiendita, panadería y carnicería.  Viviré en una zona escolar: una primaria y un instituto tecnológico. 
Nos dirigimos a una plaza comercial pequeña para hacer el contrato del servicio de internet, que estará disponible a partir del martes en casa. Falta localizar al señor que vende el gas y por dicha la casa está al corriente con la electricidad y hay focos.
Con el calor que hacía nos tuvimos que lanzar a buscar habitaciones en un hotel para esperar que llegue mi mudanza. Sorpresa: no hay habitaciones, y donde las hay, no admiten a Bambi.
Mi amiga y ahora vecina me prestará colchones inflables, así que nos dirigimos al mercado de Cerritos a comer. El calor y la humedad nos tienen mareados.
Un poco más tarde hicimos algunas pequeñas compras -comida y cama para Bambi-, reposamos un rato sintiendo llegar la tarde y al anochecer salimos a cenar.
Antojitos Salomé no admite mascotas y con pésimos modales me lo hizo saber. Vetados. Nos trasladamos al restaurante del Hotel Pluviosilla, donde fue bien recibida. Nos habíamos estacionado por la Alameda para caminar.
La llegada a casa fue por demás traumática: invasión de cucarachas tamaño patineta por todo lado. Rociamos el insecticida que habíamos comprado por precaución pero nadie quería dormir en una colchoneta en el piso. El horror nos tenía que seguro dábamos risa pero qué quieren, nuestro cerebro reptiliano -supongo- nos hace comportar así, es verdaderamente repugnante ver esos bichos y luego presenciar sus agonías con las patas arriba. Donde había más era en el baño de abajo y nadie quería regresar para apagar la luz.
Ya estábamos agotados por el viaje y el calor, de modo que decidimos que mi hijo se iría a un hotel y mi amiga y yo dormiríamos -las muy valientes- en el colchón inflable cuya altura nos mantendría a salvo de los horrendos y asquerosos bichos.
Después de un baño con agua más que fresca, a reposar, porque en mi caso, dormir no se pudo, ya sabemos los problemas que tiene mi columna como para dormir en un colchón de aire. Sin embargo, luego de algunas horas me quedé dormida.

Comentarios

Lo que más te gustó

Poema para los niños migrantes

Para los niños migrantes Temprano te salieron alas y esparces la ceniza de un vuelo inesperado. Vuelas hacia una tierra prometida que no existe , donde leche ni miel encontrarás. Encerrarán tu vuelo en jaulas y el miedo que aprendiste a dejar lejos regresará a morderte por las noches. Ningún río te besará con agua fresca, ninguna señal de la cruz sobre tu frente te va a guardar de la amargura. Somos testigos de la decapitación de tu infancia, de tu niñez hoy preñada de dolor, de pies cansados y ojos secos. Que la vergüenza nos cubra cada que te preguntes o que pidas, que el corazón nos duela hasta que tengas alas con vuelo renacido.

Esta mañana Dr. Chipocles

Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

Recordando la vieja máquina de escribir...

Estoy fascinada porque un amigo me puso un programita en mi compu que hace que cuando escribo mis importantísimos asuntos, mi teclado suene como máquina de escribir... Es que recuerdo aquellos tiempos en los que las colegiaturas de mis hijos y nuestra manutención dependían de la velocidad y ritmo de ese mágico sonido... En esta foto, la imagen de la primera máquina eléctrica que me tocó usar, cuando llegué a la ciudad de México a trabajar en el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Un tiempo después ésta fue mi favorita, la máquina de esfera, porque le podía cambiar los tipos de letra y hasta el color de la tinta porque había cintas de color sepia. Se me descomponía con frecuencia hasta que el técnico descubrió que yo era demasiado rápida al escribir y se trababa la esfera, já já. Además de trabajar en una institución, ponía anuncios en el periódico para mecanografiar trabajos. Desde luego lo más socorrido eran las tesis, hice muchas pero además me tocó hacer el directorio