Cuando era niña había varias en la misma cuadra de mi casa: La Chiquita, que era un minúsculo tendajón donde vendían dulces y en la noche la dueña ponía un comal para vender tostadas y antojitos. También estaba la tienda de Doña Lola, una señora muy gorda que nos asustaba por su corpulencia y gritos pero por veinte centavos nos alquilaba el cinito. Enfrente estaba La Reguladora, de abarrotes, a donde a veces me mandaban a la carrera con un pocillo a comprar un peso de aceite porque estaban haciendo la comida y se les había terminado. En la esquina estaba La Mascota, donde íbamos cuando había que hablar por teléfono, una empleada marcaba el número. Vendían un rico queso fresco y yo compraba de ese con la mitad de mi domingo, que era un peso.
Claro que muchas infancias están repletas de "tienditas", ésas en donde los dulces más ricos y raros están al alcance de cualquier bolsillo, lo conocen a uno y lo llaman por su nombre y le regalan un pilón de vez en cuando.
Recuerdo los cartones con chiclitos pegados y muchos juguetillos colgando del cartón. Debajo del chicle que compraba había un número al que correspondía uno de los obsequios. Era siempre una ansiedad esperar a ver el numerito y para colmo no todos tenían...
Recuerdo los tubos envueltos en papel de china con flecos en los extremos y una barajita de la lotería en medio. Adentro, el delicioso pinole con canela. Se hace tostando un maíz muy bonito de color lila que después se muele como talco con azúcar y canela. Se debe tener mucho cuidado al comerlo porque es polvo y fácilmente da tos. Y cuando a uno lo ven comiendo pinole siempre le dicen "a ver, silba"...
La de esta foto aunque no es igual, me recuerda todas esas tienditas a donde pude ir a comprar los dulces que degusté y ya no existen...Escaparates llenos de cajitas con golosinas envueltas en "papel orito", esos maravillosos envoltorios de papel de aluminio estampado con vivísimos colores y figuras de filigrana que alisábamos con los dedos y guardábamos entre las páginas de nuestros libros. Con ellos mi madre y mi abuelo me enseñaron a hacer copitas, sí, copas de las de beber vino, y a veces las llenábamos con una gota de agua para jugar a las comiditas.
Bueno, tremendo flash back he tenido al encontrarme con esta foto que tomé el año pasado durante el Encuentro de Mujeres Poetas en el País de las Nubes, en Oaxaca...
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