Ir al contenido principal

El mago


Tac-tac van sonando mis pasos. Mi propio corazón no me deja escucharlos, simplemente adivino. Tac-tac, sé que pronuncian mis zapatos conversando con la duela, recuperando una plática interrumpida.
En el autodescanso me detengo a contemplar el tiempo vestido con traje antiguo. A su lado se traba una balanza antigua con sus charolas pulidas. En lo alto, un ojo con párpados de vidrio iluminado de colores supervisa mis pasos que tac-tac continúan la sinuosa subida. Preside el candelero desde el techo, tan mudo y elegante como entonces, mirando intensamente mi regreso.
En el salón las ventanas hacen una caravana y el espejo, sin disimulo, me abarca de cuerpo entero.
Tras de mí, silencioso, el Mago ha seguido mis pasos. Con un pase aparece un cristal púrpura en mis manos. Toma forma de copa y al segundo ademán se llena de vino. El aroma es delicioso: temo que el mago me embriague con su magia. Sé que estaría atrapada en su palacio y regresar sería imposible.
El Mago es sigiloso, lo dice todo con los destellos azules que salen de sus ojos y con pequeñas volutas aromadas que emanan de su traje. Su mano toca mi piel y sé que toda esa resequedad es provocada por la ausencia.  A pesar de conocerlos, no me acostumbro todavía a sus pases mágicos. Cada vez que los hace no dejo de admirarlo. Por eso extiende ante mí su capa y al quitarla encuentro una exquisita vasija antigua de porcelana con un ligero perfume de jabón de olor. Sabe de mi debilidad, siempre quiere halagarme.
Me acerco a una ventana y el Mago provoca el mismo atardecer que tantas veces habíamos visto juntos a través de los árboles. He dejado descansar a mis zapatos que ya no hacen tac-tac. Mis pies desnudos rechinan en la duela, que no los reconoce.
Al fondo del salón está el Túnel del Mago. Nunca he cruzado esa puerta pero tengo la certeza de que esta vez, el hechizo del Mago será para que cruce. Se dice que la más pura belleza espera al otro lado y hay un placer sin fin que aguarda al que atraviese.
Temo perderme: estoy tan confundida con la magia y el vino que no sé si la oscuridad que estoy atravesando es del túnel o del sueño.

Comentarios

Lo que más te gustó

Poema para los niños migrantes

Para los niños migrantes Temprano te salieron alas y esparces la ceniza de un vuelo inesperado. Vuelas hacia una tierra prometida que no existe , donde leche ni miel encontrarás. Encerrarán tu vuelo en jaulas y el miedo que aprendiste a dejar lejos regresará a morderte por las noches. Ningún río te besará con agua fresca, ninguna señal de la cruz sobre tu frente te va a guardar de la amargura. Somos testigos de la decapitación de tu infancia, de tu niñez hoy preñada de dolor, de pies cansados y ojos secos. Que la vergüenza nos cubra cada que te preguntes o que pidas, que el corazón nos duela hasta que tengas alas con vuelo renacido.

Esta mañana Dr. Chipocles

Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

Recordando la vieja máquina de escribir...

Estoy fascinada porque un amigo me puso un programita en mi compu que hace que cuando escribo mis importantísimos asuntos, mi teclado suene como máquina de escribir... Es que recuerdo aquellos tiempos en los que las colegiaturas de mis hijos y nuestra manutención dependían de la velocidad y ritmo de ese mágico sonido... En esta foto, la imagen de la primera máquina eléctrica que me tocó usar, cuando llegué a la ciudad de México a trabajar en el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Un tiempo después ésta fue mi favorita, la máquina de esfera, porque le podía cambiar los tipos de letra y hasta el color de la tinta porque había cintas de color sepia. Se me descomponía con frecuencia hasta que el técnico descubrió que yo era demasiado rápida al escribir y se trababa la esfera, já já. Además de trabajar en una institución, ponía anuncios en el periódico para mecanografiar trabajos. Desde luego lo más socorrido eran las tesis, hice muchas pero además me tocó hacer el directorio