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¿Cuántos faltan?

El primero fue mi padre. Luego una tía de mis hijos y después mi hermano. Ayer me habló Elsie del DF para avisarme que Karen murió recién el día 20. Hoy por la mañana, otra tía de mis hijos...
Karen tenía 47 años y cáncer, además de dos hijas. La conocí cuando ella y Elsie eran novias de sus respectivos. Salíamos en parejas y recuerdo bien que Karen en un fin de semana en que fuimos a la casa de Tequesquitengo con la familia de Jos, su novio, estuvo en la alberca con Mauricio mi hijo enseñándole que podía flotar ahí también porque él tenía la creencia de que sólo flotaba en la alberca donde estudiaba natación. En ese tiempo me impresionaba que ella intentaba dejar de fumar y para ello llevaba un riguroso récord para, reloj en mano, fumar "solamente" un cigarrillo cada 30 minutos, y ni siquiera a la alberca se metía sin el cigarrillo en la boca...
No puedo más que seguir pensando en que no tenemos la vida comprada y que debemos apresurarnos a entender que hay que hacer lo que debemos de manera expedita, no para cuando "haya tiempo", porque con más frecuencia de la imaginada, podríamos descubrir que no lo hay.
Por eso entonces disfruto a mis amigos, comer con ellos, conversar, salir juntos, escribirles... y confieso que me hace falta hacer llamadas telefónicas, que son infrecuentes en mi caso debido a la aversión que le tengo al aparato.
No somos nada que no sea lo que sentimos y aprendemos. Podemos, por lo tanto, ser la luz o la tiniebla, o aprender a serlo a lo largo del camino que nos toque.
La vida es una increíble secuencia de cosas que nos tocan, agreden, maduran, aniquilan o engrandecen... es un toro al que, ni modo, hay que agarrar por los cuernos.

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