

Desde mi cama escuché a la lluvia y me levanté para verla desde la ventana. Nada como la lluvia para sentirme en casa, con todo y que no llueve mucho por aquí.
Repaso los días que pasé en la capital y vuelvo a paladearlos, ya que aquí no los sufro.
Cuando fui al centro para ver la exposición de Colbert también quería ver ese rostro nuevo, desembozado, que tienen ahora sus calles, sin vendedores ambulantes. ¡Qué palacios! el adoquín en las banquetas, las puertas antiguas, la belleza.
Caminando por Bolívar se me atravesó el Salón Corona y como era buena hora entré a refinarme una cerveza de barril oscura y de comer, mojarra frita. Me faltó coronar con el café pero no tenía tiempo: caminé para ver el Munal, Palacio de Minería y el majestuoso Palacio de Correos, donde tenían anuncios de venta de cartas y sobres para festejar 14 de febrero. Llegué tarde pues sólo alcancé sobre. Las cartas tenían por un lado una carta de Frida a Diego y se agotaron. Sé que si Frida viviera, pasaría sus días vomitando por el shock de verse tan vendida...
En Palacio de Bellas Artes, a la entrada, me encontré a Bardo, mi compañero de pintura en La Esmeralda, ese amigo sencillo y auténtico que no ha dado su brazo a torcer y se dedica a vivir para el arte aunque deba hacerlo de manera marginal porque muchos lo toman por loco. Así son nuestros días, los honestos y auténticos son locos...
En el Mercado de Azcapotzalco fui a las comidas corridas el viernes pasado: había sopa de haba, tortitas de bacalao y chiles rellenos, mi opción. Con un litro de agua aromada con guayaba, tortillas recién hechas y para rematar la cuenta de sólo 35 pesos, menos de cuatro dólares.
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