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Del perdón

A veces es difícil entender estas cosas. Me han recriminado que pueda perdonar porque creen que significa olvido. Y lo que siempre he intentado a través de mi vida, es olvidar el dolor. No la causa, porque es parte de lo que me conforma. Son signos de mi vida. Pero vivir con ellos, los recuerdos difíciles, es mejor hacerlo desde ese duro podio del perdón... Y a propósito de algunas de las cosas que me han marcado desde niña, escribí este poema.


Alguien me preguntó si he perdonado.
¿Perdonar yo? No sé cómo,
ni qué debo perdonarte:
si la infeliz infancia sin asideros y con hambre,
o la desenraizada soledad que me tatuaste.
Si los dolores prematuros en el corazón
o las esperas tristes sin remedio.

Es que no sé si deba perdonar
–cuando era el tiempo de muñecas–
el abandono que me orilló a crecer
y me lanzó hacia el mundo.

Esos trabajos del perdón no los entiendo,
son cosa de los grandes y no me ocupo de eso.

Pero si debo perdonar que provocaras
cada tropiezo que me enseñó a volar,
cada maltrato que me ayudó a buscarme,
cada improperio que me obligó a ser digna
por el instinto de llevarte la contraria
y debo perdonar que hayas causado
que sea yo ésta que se acepta y quiere,
entonces, papá, se acabaría el silencio:
tendría que admitir que he perdonado.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Liz, me gustan los poemas que dicen algo, que son más que bellos versos bien hilados (ufff, me salió un verso, sin el menor esfuerzo jaja), poniéndome seria nuevamente, me gusto este poema y me gusto sobretodo el final, saber que el dolor también aporta.
Un abrazo, Patricia

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