Mis venas duelen, se adormecen , y mis oídos zumban. Conozco los síntomas de la distancia, las molestias que provoca estar en esta ciudad descomunal que me agota. He caído de nuevo en sus redes de neón, sus guiños de gitana. Llegué con la alegría en bandera pero sin el aliento que me da su voz cómo seguir andando entre palacios, en el metro, las plazas, los mercados.
He rebasado el límite. Mi resistencia llegó hasta sus orillas. Ahora tendrán que rescatarme los museos con sus exposiciones, deberán distraer estos días que me quedan para regresar, para seguir viviendo en un nido que parece intermitente porque debo estar también aquí, debo partirme para que los demás tomen su astilla, beban la gota de sangre que les dejo cada vez que me entero que no puedo ayudar, que es poca cosa lo que intente porque ya cada quién ha trazado su destino o ni siquiera lo descubre y yo no soy la pitonisa que quisiera y lo que veo en el oráculo de mis hermanos es muy negro.
Después del entusiasmo del regreso a una ciudad que me adoptó contra mi voluntad, regresa ese cansancio que recorre mis músculos, esa falta de oxígeno que entorpece a mi sangre, que provoca dolor cuando circula. Y si ni siquiera se parece a ese dolor de mi hermana recostada en una cama de hospital porque sus venas fueron más ingratas que las mías, se revolvieron hechas nudo y la martirizaron hasta que no se pudo más...
Estar en el silencio de las cuatro paredes que acumulan polvosa soledad, retratos, libros y vajillas me recuerda que aquí también hay parte de mi vida para que deje de creer que me he llevado toda y deje de esperar que cuando vuelva al otro nido habrá felicidad completa. No hay tal cosa, las cosas nunca son negras o blancas como esta noche no es azul, plateada o amargosa, es solamente noche y cada quién le va a poner su atuendo.
Y a mí esta oscuridad me va muy mal, me pone densa, me obliga a masticar la soledad con escozor de lágrima.
He rebasado el límite. Mi resistencia llegó hasta sus orillas. Ahora tendrán que rescatarme los museos con sus exposiciones, deberán distraer estos días que me quedan para regresar, para seguir viviendo en un nido que parece intermitente porque debo estar también aquí, debo partirme para que los demás tomen su astilla, beban la gota de sangre que les dejo cada vez que me entero que no puedo ayudar, que es poca cosa lo que intente porque ya cada quién ha trazado su destino o ni siquiera lo descubre y yo no soy la pitonisa que quisiera y lo que veo en el oráculo de mis hermanos es muy negro.
Después del entusiasmo del regreso a una ciudad que me adoptó contra mi voluntad, regresa ese cansancio que recorre mis músculos, esa falta de oxígeno que entorpece a mi sangre, que provoca dolor cuando circula. Y si ni siquiera se parece a ese dolor de mi hermana recostada en una cama de hospital porque sus venas fueron más ingratas que las mías, se revolvieron hechas nudo y la martirizaron hasta que no se pudo más...
Estar en el silencio de las cuatro paredes que acumulan polvosa soledad, retratos, libros y vajillas me recuerda que aquí también hay parte de mi vida para que deje de creer que me he llevado toda y deje de esperar que cuando vuelva al otro nido habrá felicidad completa. No hay tal cosa, las cosas nunca son negras o blancas como esta noche no es azul, plateada o amargosa, es solamente noche y cada quién le va a poner su atuendo.
Y a mí esta oscuridad me va muy mal, me pone densa, me obliga a masticar la soledad con escozor de lágrima.
Comentarios
Hacer limpieza y poner nuestros trebejos lejos...
Saludos