
Supongo que por ser temporada de ciclones y esas cosas, algo nos está tocando porque en pleno primer día de la Verbena, comenzó a llover por la mañana.
Siempre provoca en mí la lluvia la misma evocación por mi terruño y sus verdores, como recién escribí a una amiga. Aquí no hay aguaceros -los niños creen que eso es el señor que vende agua-, y no alcanza a percibirse el delicioso olor a tierra húmeda como en el sur del país, donde las calles se convierten en ríos.
Además, he visto en las noticias que estamos en la peor sequía creo que de treinta años, de modo que la escasa lluvia que ha caído aquí se agradece aunque sólo sirva para que recordemos cómo es ver llover.
En mi casa, las luces encendidas, agua caliente para té, la terminación de mi bordado sobre el maíz y por encima de todo, una flojera infinita y la disposición de sentarme a la ventana a ver pasar la vida, esta vez desde adentro.
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