Ven, siéntante, te invito a estarte quieta un rato. Olvida que no puedes moverte, que tu columna ruge con estrépito y escupe su baba negra de dolor. Prueba a estar así tan solo, sin decision alguna que te lleve al camino ni a la danza. Así, sentada, quieta. Palpitante tan sólo en el lugar de la laceración, sin ánimo ni prisa para desencadenar pasos, movimientos, apuraciones. Una muñeca rota, eso es, eso eres por lo pronto, la muñequita plana de papel que dibujó Alejandra aquella noche. Tapoco tienes a dónde ir, cargada como estás de dudas y de noches, acosada por esa especie de desesperación, crónica que produce caries en tus horas y tus días, levanta postemillas que punzan en horas inoportunas, se inflama en calentura y te vuelve densa, tumefacta, desvalida.
Quédate como estás, echada de costado pero no maja desnuda sino flaca y sola, sitiada por dolores que están fuera de tí, acosada por dardos que preguntan cuándo o hasta cuándo. Así, no muevas la cadera que se te quiebra la cintura y ya sabes que nunca has podido entrar en cintura, en la medida que no consideró tus dimensiones porque eras para ser distinta, rara, diferente. Siente la cama como parte de ese cuerpo, como armadura que previene el vuelo, el pie descalzo. Siente el calor que emana de tu cuerpo, sudoraciones que vienen a colación por estar sobre un colchón en altas horas de la vida sin más quehacer que el infinito esfuerzo para no perseguir la huella de cada pensamiento más allá de los límites del cuarto, debe ser suficiente ver pasar por la ventana los mensajes que a veces manda el mar cuando sacude con gracia las yemas del rosal. No te muevas, no debes salir movida, debes estar muy quieta para que la luz haga un esfuerzo y tu retrato sea tan fiel que parezca que estás en movimiento, que la sangre arrebata tus mejillas, que esa espina que sale de tus ojos tan intensa no es dolor ni pregunta, ni siquiera queja sino anuencia para que la inmovilidad se apoltrone entre tus músculos, atrofie levemente algunos nervios y entumezca tu cuerpo. Que no salga en la foto tu cuenta regresiva, la dinámica imagen de una mujer que hace gimnasia, es solamente un caso imaginario, no es necesario el cuerpo y menos sin columna, con ejercicios mentales también podemos ir al día, lo que importa es que se sigan conectando las neuronas, que no se mueran de estío que no pierdan enigmáticas funciones que deban explicar científicos aún ahora, cuando hemos aprendido que no es posible todavía extraer la piedra de la locura, no hay procedimiento quirúrgico posible para ubicar el exacto lugar en donde habita y sin embargo en la columna se detectan claramente malformaciones minúsculas congénitas, huesos que fuera de lugar por tantos años resultan en extrañas formaciones que no obstante se someten, se liman o serruchan para que tomen el sentido que debieran, ya no podrán volver a sus orígenes pero en cambio quedarán más adecuadas, dejarán de ser extrañas y podrán comportarse como esperan la buena sociedad y sus costumbres, el médico, la dueña.
No importaría de paso que la dichosa piedra de la locura siguiera oculta en la cabeza o donde fuera, los médicos no curan la locura y además quién se quiere aliviar, quién el valiente para aniquilarla, quién puede imaginarse una vida sin locura, es más fácil vivir sin movimiento, sin columna...
Quédate como estás, echada de costado pero no maja desnuda sino flaca y sola, sitiada por dolores que están fuera de tí, acosada por dardos que preguntan cuándo o hasta cuándo. Así, no muevas la cadera que se te quiebra la cintura y ya sabes que nunca has podido entrar en cintura, en la medida que no consideró tus dimensiones porque eras para ser distinta, rara, diferente. Siente la cama como parte de ese cuerpo, como armadura que previene el vuelo, el pie descalzo. Siente el calor que emana de tu cuerpo, sudoraciones que vienen a colación por estar sobre un colchón en altas horas de la vida sin más quehacer que el infinito esfuerzo para no perseguir la huella de cada pensamiento más allá de los límites del cuarto, debe ser suficiente ver pasar por la ventana los mensajes que a veces manda el mar cuando sacude con gracia las yemas del rosal. No te muevas, no debes salir movida, debes estar muy quieta para que la luz haga un esfuerzo y tu retrato sea tan fiel que parezca que estás en movimiento, que la sangre arrebata tus mejillas, que esa espina que sale de tus ojos tan intensa no es dolor ni pregunta, ni siquiera queja sino anuencia para que la inmovilidad se apoltrone entre tus músculos, atrofie levemente algunos nervios y entumezca tu cuerpo. Que no salga en la foto tu cuenta regresiva, la dinámica imagen de una mujer que hace gimnasia, es solamente un caso imaginario, no es necesario el cuerpo y menos sin columna, con ejercicios mentales también podemos ir al día, lo que importa es que se sigan conectando las neuronas, que no se mueran de estío que no pierdan enigmáticas funciones que deban explicar científicos aún ahora, cuando hemos aprendido que no es posible todavía extraer la piedra de la locura, no hay procedimiento quirúrgico posible para ubicar el exacto lugar en donde habita y sin embargo en la columna se detectan claramente malformaciones minúsculas congénitas, huesos que fuera de lugar por tantos años resultan en extrañas formaciones que no obstante se someten, se liman o serruchan para que tomen el sentido que debieran, ya no podrán volver a sus orígenes pero en cambio quedarán más adecuadas, dejarán de ser extrañas y podrán comportarse como esperan la buena sociedad y sus costumbres, el médico, la dueña.
No importaría de paso que la dichosa piedra de la locura siguiera oculta en la cabeza o donde fuera, los médicos no curan la locura y además quién se quiere aliviar, quién el valiente para aniquilarla, quién puede imaginarse una vida sin locura, es más fácil vivir sin movimiento, sin columna...
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