Tejedores de estrellas
Olor de chocolate con almendras,
recién cortadas ramas en el fuego
para envolver en lenguas de oro
la palidez de las tortillas.
Aroman la comida cotidiana
la hoja santa, las hojas de aguacate;
las bendice el mezcal con gusto suave
calentando jugoso la garganta.
En esa casa, prendedor del cerro,
el humo de la leña santificalos techos,
las paredes, los pies que la recorren.
Los cantos de los gallos se suceden
uando la madrugada desmadeja
su melena temprana por la rueca.
Los hilos que tejieron estrellas a la noche
recorren los caminos ancestrales.
Una mirada pervive en nuevas manos:
el ovillo de lana se desata,
desparrama color por el telar,
se perfuma con hojas de naranjo.
Silva el viento: su tacto poderoso
me trae olor a tierra,
me hace admirar las telarañas y las frutas
que penden de las ramas.
La noche sube, crecen las estrellas.
La luna está en las uñas de mis dedos
y el pueblo es un lucero que titila en el telar del cielo.
Bueno, algunas de mis compañeras poetas que estuvieron también en la mixteca conocen el lugar del que hablo en el poema, Tezoatlán, de donde incluso llevan un recuerdo (las fotos que tomé). Lo que me encantaría es que la familia que me hospedó allá pudiera leer aquí el texto, cosa que por el momento sé imposible. A ellos, los únicos tejedores de Tezoatlán, les dedico estas pequeñas letras.
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