Ir al contenido principal

De la magia en estas tierras

En esta tierra la magia está en todas partes: una se levanta y ¡zaz! en cuanto abre los ojos y sale se encuentra con un volcán por un lado y por el otro con el Cerro de Escamela, gigante de un verde abrumador por causa de tanto árbol y así toda la ciudad, que es un valle rodeado de cerros y montañas.
La mañana comienza con el olor de los comales de barro calentándose en el carbón para recibir las blancas lunitas de masa que convierten en tortillas. Las picadas se aderezan con manteca, salsa, queso y cebolla y lo que aquí llaman tacos tienen flor de calabaza y migajas de chicharrón con su rama de epazote y su trozo de queso jarocho... el aroma es mágico para abrir el apetito, el café se está colando.
Frente a la casa pasa el señor que vende tamales de frijol con hoja de aguacate, servidos con mole, o pasa la señora que vende jugos de naranja, el del triciclo que vende pan y el de la bici, con el periódico.
Cada uno tiene su sonido, su silbato, su modo de anunciar la mercancía que lleva. Ya en las tardes pasa el señor con buñuelos o la señora de los barquillos, esos finísimos conos de harina delgaditos como lápices, crujientes y deliciosos que son anunciados tocando unos metales que parecen campanita.
Algunas veces todo eso es acompasado por el sonido de la lluvia, que si es chipi chipi no hace ruido sino apenas un rumor de agua que corre en las banquetas. Las banquetas están llenas de flores, rosales, anturios, árboles frutales y sobre todo, de hoja santa. Una vecina tiene una gran planta en la banqueta y cuando guiso a veces salgo a la carrera para robarme una hoja porque molida con el recaudo le da aroma y sabor a lo que sea por arte de magia.
Además, comer chayotes en la tierra del chayote es otra cosa: su sabor, textura y color son exquisitos, aún si se comen sólo hervidos. Pero ya en un tesmole la experiencia es sublime... lástima que no tengo la receta para hacerlos de postre, como el que nos daba mi tía Ofelia y servía en cáscaras de chayotes partidos a la mitad, horneados, dulces, deliciosos...
Aquí la magia está en todo lado. A veces me hace sentir mucho mejor de lo que esperaba, a veces me hace pensar que no es tan grave estar sola, a veces me hace creer que estoy alucinando los colores o descubriendo sabores... aquí la magia está por todas partes.

Comentarios

Lo que más te gustó

Poema para los niños migrantes

Para los niños migrantes Temprano te salieron alas y esparces la ceniza de un vuelo inesperado. Vuelas hacia una tierra prometida que no existe , donde leche ni miel encontrarás. Encerrarán tu vuelo en jaulas y el miedo que aprendiste a dejar lejos regresará a morderte por las noches. Ningún río te besará con agua fresca, ninguna señal de la cruz sobre tu frente te va a guardar de la amargura. Somos testigos de la decapitación de tu infancia, de tu niñez hoy preñada de dolor, de pies cansados y ojos secos. Que la vergüenza nos cubra cada que te preguntes o que pidas, que el corazón nos duela hasta que tengas alas con vuelo renacido.

Esta mañana Dr. Chipocles

Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

Recordando la vieja máquina de escribir...

Estoy fascinada porque un amigo me puso un programita en mi compu que hace que cuando escribo mis importantísimos asuntos, mi teclado suene como máquina de escribir... Es que recuerdo aquellos tiempos en los que las colegiaturas de mis hijos y nuestra manutención dependían de la velocidad y ritmo de ese mágico sonido... En esta foto, la imagen de la primera máquina eléctrica que me tocó usar, cuando llegué a la ciudad de México a trabajar en el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Un tiempo después ésta fue mi favorita, la máquina de esfera, porque le podía cambiar los tipos de letra y hasta el color de la tinta porque había cintas de color sepia. Se me descomponía con frecuencia hasta que el técnico descubrió que yo era demasiado rápida al escribir y se trababa la esfera, já já. Además de trabajar en una institución, ponía anuncios en el periódico para mecanografiar trabajos. Desde luego lo más socorrido eran las tesis, hice muchas pero además me tocó hacer el directorio