Llora un violín, corazón de madera que canta con lágrimas de acordes; filo de cuerdas me sitian en la dulcísima noche, acordes de nube y miel que alborotan mi sangre. El concierto se instala desde mis pretéritos oídos: es música que viene de los tiempos y va a la eternidad.

Llora el violín sus flores y mi espíritu en volutas besa nubes, se agita como colibrí, tiembla como capullo cuando se abre, llora como cuando se ve nacer a un niño.
Y arremeten las cuerdas sin dar tregua, paroxismos armónicos ocurren, sacuden las montañas, llegan al centro de la tierra y el colosal concierto está en las manos de los hombres que quizá de esa manera revindican a la especie, como si de algún modo le hubiera sido dado asomarse al sonido insondable que sería la voz de Dios.
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