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Otra despedida

Se levantó hace rato, siempre se achispa un poco cuando es de noche. A pesar de que tiene dificultades para sostenerse, su grácil figurita sale de la cuna para buscar el patio. Ya aprendió a no bajar el escalón porque no la sostienen sus patitas, y espera a que yo la baje para salir de la cocina al patio.
Ahí hace su ritual de vueltas hasta encontrar el lugar preciso. Se vuelve a parar a la entrada de la cocina para que yo la meta, y se dirige por instinto a su plato de comida, que ha despreciado desde hace dos días. Únicamente toma agua, bastante, y agradece cuando seco sus bigotes y el pechito que se moja.

Sigue su rondín por la casa, tiene puesta su capita de color limón que le queda tan coqueta. Ahora de vez en cuando se topa con las cosas, porque ha quedado ciega debido a la edad.
Es un copo de Nube, una figura diminuta en la que han cabido todos estos años de compañía y de amor. Llegó a casa metida en la bolsa de mi falda, de manera inesperada porque no la estábamos buscando. Tan pequeña que sus ojos no se habían pigmentado y se le veían azules.

Fue ella quien me eligió, yo sólo pasaba y me detuve a ver a tantos cachorritos que tenían en una camioneta. La tomé en brazos, era muy dulce y quieta. El dueño me preguntó si la compraba o no porque una señora la quería. Al devolverla, ella se aferró a mi blusa con las manitas, yo la tenía en mi pecho.
Entonces sacamos el dinero que llevábamos entre los tres e intentamos cubrir el importe de lo que pedían. No ajustamos. El hombre decidió dejarla con nosotros, y así comenzó nuestra historia con la Nube.
Vivió con nosotros por años en el departamento de Azcapotzalco, y cuando nos lanzamos a vivir al norte, no pasó mucho tiempo para que se reuniera con nosotros. Nos la mandó mi hijo solita por avión, y nunca le dio miedo. Viajó varias veces con nosotros: al DF, a Ensenada, a Monterrey.
Siempre ha sido dulce, apacible, con muy buenas maneras pero delicada de carácter, no le gustan las bromas -le rechoca si se ríe uno de ella cuando recién despierta con los pelillos aplastados- ni los disfraces ni los suéteres. Únicamente tolera su capita con agrado. Y no es de las que están encantadas de que las anden cargando, cuando uno lo intenta ella pega el salto.
Cuando salía a la calle en mi cuadra, saltaba como una conejita, su blancura daba brincos por la banqueta que daba gusto. Con la edad y la falta de vista se confundía y a veces se bajaba la banqueta, por eso dejé de sacarla y sólo toma sol en el patio, donde se tiende con toda su hermosura cada mañana.

Ahora es difícil verla más quieta que de costumbre, como si fuera de peluche. No protesta si su nueva hermanita le hace muecas en la cara o peor aún, se para encima de ella. No hace sino dormir todo el día, la edad le ha caído encima y como no se le nota, como sigue siendo tan pequeña, blanca y esponjada como siempre, cuesta mucho trabajo entender que sí, que está cansada, que quiere quedarse dormida.

Yo lo sé, lo entiendo, pero no puedo dejar de llorar mientras me voy despidiendo. Creo que ella no sabe que lo hago, confío en que no puede verme ni escuchar mis sollozos o mi voz quebrada cuando le hablo. Por más que la tapo no logra calentarse y este medio día la doctora me dijo que ha comenzado a deteriorarse su organismo. No quiero que sufra, quiero que cierre sus ojitos dulces soñando quién sabe con qué cosas, toda la vida ladró sólo estando dormida.

Y aunque me quede roto el corazón, habré de acompañarla en ese último sueño teniéndola en mis brazos como su madre que soy. Aunque esta vez me toque ser una dolorosa.
¡Qué difícil despedir tanta dulzura, tanta gracia! Me queda el corazón agradecido por haber tenido todos estos años a un ser maravilloso a mi lado, a una compañera en mis días y noches soledad, a una razón para sentirme feliz y bendecida.




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