Como si apenas rozara el suelo, con esa convicción rutinaria del paseo matinal, Nube cumplió con la necesidad de acudir a esa última cita con su patio. No fueron muchas vueltas, un último vistazo a las macetas y de regreso.
Su cuerpo vacilante se instaló de nuevo en esa cama remendada que todos le envidiaban, y con la gracia exquisita con que siempre hizo todo, se quedó echada.
Sus ojos velados por los años siguen mis movimientos y esta vez no se sobresalta si la toco.
Recibe el beso de despedida que le da el sol a través de mi ventana en ese cuerpo más diminuto que nunca.
Me llena de paz su serena espera de lo que tiene que pasar, su inocente sabiduría para entregarse de misma forma dulce en la que hizo cada cosa dejando esa pátina en mi vida, en este cielo mío que luego de diecisiete años se queda sin su Nube...
Al ratito nos vamos al paseo del que tú no volverás, pequeña. Allá me esperas, te llevas mi corazón.
Su cuerpo vacilante se instaló de nuevo en esa cama remendada que todos le envidiaban, y con la gracia exquisita con que siempre hizo todo, se quedó echada.
Sus ojos velados por los años siguen mis movimientos y esta vez no se sobresalta si la toco.
Recibe el beso de despedida que le da el sol a través de mi ventana en ese cuerpo más diminuto que nunca.
Me llena de paz su serena espera de lo que tiene que pasar, su inocente sabiduría para entregarse de misma forma dulce en la que hizo cada cosa dejando esa pátina en mi vida, en este cielo mío que luego de diecisiete años se queda sin su Nube...
Al ratito nos vamos al paseo del que tú no volverás, pequeña. Allá me esperas, te llevas mi corazón.
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