Mis genes trajeron por herencia una dentadura maltrecha desde sus inicios. Recuerdo mi infancia con problemas desde antes de mudar, y el reflejo de cubrir mi boca con la mano cada que reía porque un diente rebelde -al fin mío- se trepó en la encía, se puso negrito y no se quiso caer. La economía de mi familia hacía que estuviera fuera de toda consideración cualquier consulta médica, de modo que ante la resistencia del diente por irse, tuve que acomodarme a él, siempre acomplejada sobre todo en la escuela, porque pasé del kinder a la primaria con todo esa medallita negra en la boca.
Un día la flamante esposa de mi tío Ramón me invitó a desayudar en su casa, un espacio que me encantaba porque era hermoso y tranquilo. Mi tía ponía servilletas de tela en la mesa, y en la hora de la comida siempre servía con pan. Además, tenía un piano y en su banquito guardaba montones de muñequitas de papel con sus vestidos y como yo era cuidadosa, me dejaba jugar con ellas.
El desayuno fue quizá el más beneficioso de mi vida. Preparó los típicos pambacitos con frijol que se acostumbran en Orizaba, y lo maravilloso fue que, al darle la mordida ¡se fue el diente para siempre, sin quejas y sin dolor!
¡Aaaahh, por fin la sonrisa como un diente de león desparramándose!
Hoy sucede un poco así: el Dr. Alejandro Herrera Jiménez, un dentista experto y además artista, me está haciendo un tratamiento porque -otra vez- se me cayó un diente que hace muchos años decidió que no soportaba la vida que le daba cada que mordía el coco que me encanta. Desde entonces he venido padeciendo que lo pongan, lo ajusten, lo quieran desaparecer o cambiar por otro y demás, con el consabido tormento que ya sabemos todos que implica estar en el sillón del consultorio.ç
Sólo que el Dr. Herrera tiene mucha paciencia y es fanático de la estética, por lo que no para hasta que su trabajo es autoconsiderado perfecto.
Soy afortunada, porque como es amigo, sé que va a dejarme la boca de estrella de cine y no estrellada como la siento ahora. Además, ha tenido mucha consideración en el precio, así que estoy de plácemes aunque me duela el océano por lo pronto.
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El desayuno fue quizá el más beneficioso de mi vida. Preparó los típicos pambacitos con frijol que se acostumbran en Orizaba, y lo maravilloso fue que, al darle la mordida ¡se fue el diente para siempre, sin quejas y sin dolor!
¡Aaaahh, por fin la sonrisa como un diente de león desparramándose!
Hoy sucede un poco así: el Dr. Alejandro Herrera Jiménez, un dentista experto y además artista, me está haciendo un tratamiento porque -otra vez- se me cayó un diente que hace muchos años decidió que no soportaba la vida que le daba cada que mordía el coco que me encanta. Desde entonces he venido padeciendo que lo pongan, lo ajusten, lo quieran desaparecer o cambiar por otro y demás, con el consabido tormento que ya sabemos todos que implica estar en el sillón del consultorio.ç
Sólo que el Dr. Herrera tiene mucha paciencia y es fanático de la estética, por lo que no para hasta que su trabajo es autoconsiderado perfecto.
Soy afortunada, porque como es amigo, sé que va a dejarme la boca de estrella de cine y no estrellada como la siento ahora. Además, ha tenido mucha consideración en el precio, así que estoy de plácemes aunque me duela el océano por lo pronto.
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