Está nublado, cosa que en otras circunstancias me haría sentir esa tibieza que me conecta con la tierra de mi infancia. Pero esta mañana lo de menos es que se queje mi rodilla con su dolencia persistente por el clima, cuando el espíritu se encuentra atropellado.
Blanquecina, la ciudad late a lo lejos, sólo el trino de los incansables pájaros da cuenta de la vida, o el esporádico rugir del autobús de ruta que pasa frente a mi casa. Silencio, hay un grande silencio que me invita a compartir esto que escribo para que salga y no me siga pesando como una nube de tormenta que a pesar de todo no se llueve para limpiarse y volver a ser blanca como las flores de algodón.
Pienso en aquellos, en los menos afortunados que padecen alguna reticente, necia, horrible enfermedad sin merecerlo... pero esto ya es ir más allá, porque finalmente cómo juzgar o saber quién merece qué, desde qué óptica, con qué derecho...
Claro, con el derecho que nos damos por tenerle aprecio a esos enfermos, a esos seres valiosos que han ido por la vida haciendo crecer a los demás, ayudándoles a ir adentro de sí mismos, a dejar salir sus voces, por decir sólo algunas de las cosas que hacen o han hecho en mi vida y en tantas otras.
Me siento aquí, tan afortunada, con mi taza de café, arropada contra el aire frío que cuela la ventana con su enredadera, sola pero sin soledad, con algunos achaques pero sana, afortunada, plena, y trato de extender mi corazón hasta donde hace falta, hasta donde cobije con el intenso deseo de ayudar a quien en este momento más lo necesita... Que la luz lo cubra y cure, y que ilumine su oscuridad.
Blanquecina, la ciudad late a lo lejos, sólo el trino de los incansables pájaros da cuenta de la vida, o el esporádico rugir del autobús de ruta que pasa frente a mi casa. Silencio, hay un grande silencio que me invita a compartir esto que escribo para que salga y no me siga pesando como una nube de tormenta que a pesar de todo no se llueve para limpiarse y volver a ser blanca como las flores de algodón.
Pienso en aquellos, en los menos afortunados que padecen alguna reticente, necia, horrible enfermedad sin merecerlo... pero esto ya es ir más allá, porque finalmente cómo juzgar o saber quién merece qué, desde qué óptica, con qué derecho...
Claro, con el derecho que nos damos por tenerle aprecio a esos enfermos, a esos seres valiosos que han ido por la vida haciendo crecer a los demás, ayudándoles a ir adentro de sí mismos, a dejar salir sus voces, por decir sólo algunas de las cosas que hacen o han hecho en mi vida y en tantas otras.
Me siento aquí, tan afortunada, con mi taza de café, arropada contra el aire frío que cuela la ventana con su enredadera, sola pero sin soledad, con algunos achaques pero sana, afortunada, plena, y trato de extender mi corazón hasta donde hace falta, hasta donde cobije con el intenso deseo de ayudar a quien en este momento más lo necesita... Que la luz lo cubra y cure, y que ilumine su oscuridad.
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