Llegaron a mis manos unas series de fotografías de mi pasado. Es interesante verlo, porque de alguna manera lo recordamos siempre, lo llevamos encima. Pero ver la cara que teníamos, el cuerpo, es recordar con precisión lo que teníamos adentro y nos movía... lo sorprendente es cuando veo una foto y nada, no recuerdo el lugar ni la ocasión, y sin embargo me veo, me reconozco, aunque ya no esté a la mano lo que en aquel momento tuve... Esas pequeñas nebulosas me sorprenden e inquietan y me pregunto por qué habré olvidado ese lugar o ese momento, si acaso no le di la importancia debida, y finalmente prefiero terminar por suponer que, muy al fondo, ese recuerdo se asienta en mi memoria...
Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad...
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