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Bety Cariño, el adiós

La conocí porque tomó la palabra para decirnos sus poemas en uno de los Encuentros en Huajuapan. Fue hace años y desde entonces nos mantuvimos en contacto, además de que yo la visitaba cada año que andaba con mis talleres para niños, y el año pasado me pidió el taller para la cárcel y el de la prepa de Tezoatlán. Pensábamos hacer todavía más cosas juntas, y ahora recuerdo cuando me invitó a su estación de radio a leer mis poemas, en algún otro año. En fin, ahora que fui me dirigí a Cactus para coordinarnos con las actividades y encontré que había salido con la caravana a llevar ayuda a la comunidad de triquis en Copala, pues desconocían la situación de la gente en ese pueblo, sitiado por haberse declarado independiente hace un tiempo. Viven ahí menos de mil personas y eso me impresiona porque así menos entiendo la irracional violencia con que fueron atacadas las personas que iban en la caravana, pues no es una comunidad rica ni turística ni nada más allá de los triquis que sobreviven en la más absoluta pobreza, según me indican mis amigas en Huajuapan. La preocupación por la visita era grande porque "las cosas están muy difíciles", nos dijeron en las oficinas de Cactus.
Al día siguiente por la mañana la maestra que nos apoyaría en el taller de la escuela 18 de marzo se presentó alterada por la noticia que escuchó en el radio sobre una emboscada a la caravana, de la cual informaban sobre dos muertes, mencionándose el nombre de mi amiga Bety pero sin que estuviera confirmado. La maestra se fue a Cactus para ver qué más averiguaba y Alicia, Julia y yo dimos el taller llenas de zozobra y angustia por no saber exactamente lo que ocurría. En cuanto terminó el taller me fui para Cactus y Alicia, que había salido antes que yo, me recibió con las palabras "Bety está muerta". Así, con sólo esas tres palabras, me dejaba como flotando en un mar de rabia, dolor y confusión pero sobre todo, incredulidad.
De ahí en adelante se trató de percibir la tensión en todos lados, se escuchaban constantemente comentarios por la radio local, entrevistas, especulaciones, y en la vida común comentarios de toda la gente intentando entender lo que pasaba.
No quise asistir al velorio esa noche. No estaba lista, seguía negándome a aceptar lo ocurrido.
Pero al día siguiente era el sepelio y había que despedir a Bety. Luego de colgar los trabajos de los niños en el museo para su exposición, nos fuimos a Chila de las Flores a despedir a nuestra joven, incansable, guerrera amiga. En el camino nos detuvo un retén militar, bajándonos del auto y cuestionando a dónde íbamos y qué haríamos. Dijimos que llevábamos a Julia a tomar fotos a otro pueblo, y nos dejaron ir. Pensé que el retén era normal porque aquí en Ensenada hay por todos lados en la carretera, pero Alicia y su esposo indicaron que allá eso no era normal, cosa que pude constatar dos días después, cuando salí por esa misma ruta hacia Cuautla, a mi regreso, y no había nada de retén.
Hasta este momento, desconozco cuál es la postura del gobierno o las supuestas autoridades en Oaxaca. Nada nos devolverá a Bety que no verá crecer a sus pequeños niños, ni verá fructificar todo eso para lo cual trabajó con ahínco, entrega y valor que me hicieron profesar una verdadera admiración por ella.
Tengo mucho dolor y mucha rabia. Tengo que mantener esta fe prendida con alfileres para que no me deje devastada, sin poder creer ni en lo que hago. Tengo que seguir y ser fuerte, como mi inolvidable amiga.

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