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Repertorio nocturno


Primero la oscuridad, el preámbulo denso y taciturno, la extendida noche que comienza a las cinco.
La ciudad, un animal vidriado de colores, manso, lento, un poco frío.
Las horas avanzaron, la luna se exhibió con velos, pudorosa.
Las velas encendidas, el hogar con sus mieses, con sus fieles objetos.
Mi perra y yo sentadas frente al televisor compartiendo cobijo, entibiándonos las manos y las patas.
Y más tarde los libros, los rituales, la ya pesada búsqueda del sueño siempre esquivo.
Al fin la hora callada, suspendida la luz, la cama provocada,
abierta con cierto miedo y cerrada con el pulso tembloroso del frío.
Después la voz, la conocida, amada: voz del agua, de la lluvia.
Arrullo evocador: imagen del terruño, de la infancia,
a veces desamparo; otras ternura.
Entonces sí pudo llegar el sueño, vencido en humedades,
cobijado con el musgo perfumado que destilaron las nubes.

Y llegó la mañana, mojada, incitadora: más caracoleo en cama,
un trago ardiente de café, trémulas luces de veladoras
con la consigna de entibiar el aire.

Así la noche, así la espera, así la lluvia.

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