Primero pensé que los ruidos que escuchaba eran producidos por una aspiradora en la casa vecina, o algún tipo de máquina. Continué con la grata conversación y la deliciosa copa de vino, sin que amainaran los ruidos.
"Es una lechuza blanca", dijo mi amigo al descubrir mi curiosidad. ¿En una ciudad? -pensé-.
"Vamos a ver el nido", dijo, y nos encaminamos a unos veinte metros, en donde está un altísimo poste que sostiene un anuncio luminoso. Ahí, en un hueco, estaban tres polluelos paraditos.
De pronto luces fugaces como rayos me hicieron mirar a la parte superior del anuncio. Estaba ahí magnífica, un ave adulta batiendo sus alas sin volar. Los focos iluminaban de abajo hacia arriba sus alas, que parecían filos de plata en arabesco. Pensé si sería el vino lo que me provocaba esa sensación de maravilla y alucinación...
Casi en seguida emprendió un vuelo lento y adornado, antes de enfilarse hacia la altura de una palmera en el sentido contrario al del anuncio. Desde ahí seguía haciendo los ruidos semejantes a jadeos que yo había estado escuchando.
"Es para animar a los polluelos a que vuelen, así llevan unos días". ¡Y súbitamente la maravilla! el primer polluelo voló hacia una palmera más cercana, en vuelo corto y torpe, para regresar de inmediato a la seguridad del nido.
El segundo polluelo no tardó en seguirlo pero su vuelo fue más largo, menos inseguro, adornado con una media vuelta antes del rergeso al nido.
La uña amarilla de la luna estaba al fondo, y los miles de luceros impávidos ante la maravilla que me causaba un nudo en la garganta. Lechuzas blancas a la entrada de la ciudad, viviendo en un anuncio luminoso, mostrándonos la majestuosidad de su belleza y su vuelo...
¿Cuándo hubiera imaginado presenciar algo así?
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