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No hay chaca chaca

Primero fue la misteriosa y extraña aparición de las hormigas -como dijo Becerra- y luego mi lavadora me dejó hablando sola: justo en el ciclo en el que debía exprimir, se le agotaron las fuerzas o le dio un síncope o algo pasó y se detuvo. Ni un solo sonido, rechinido, rumor, salió de su cuadrado y esmaltado cuerpo. Hube de sacarle el agua bajando su manguera al piso.
Luego me lancé a buscar a quien denominaremos El Primer Técnico, que luego de pedir datos y datos, aseguró que vendría a consultarla. Nadie apareció por la casa.
Al siguiente día decidí ir a buscar al Segundo Técnico, que tras preguntar dirección y marca y nombres y teléfono, aseguró lo mismo que el primero, procediendo a hacer exactamente lo mismo: no venir.

Hoy por la mañana al rato de haber despertado, recibí un mensaje en mi celular en el cual un amigo me decía que nos veíamos a las tales horas en tal lugar, sin más ni más. Bueno, no tengo pendientes y puedo ir, pensé extrañada. Pero cuando me estaba arreglando para salir recordé que precisamente con él había quedado de ir a una sesión de reiki que había olvidado por completo. Llegué al lugar acordado con todo y termo de café y nos lanzamos a la cita.
Toda una experiencia de la que hablaré -o no- en otra ocasión.
Al regreso fui a recoger mi tarjeta del banco perdida, que por supuesto todavía no tuvieron, y acompañé a mi amigo a hacer algunas diligencias. Al terminar me dijo que diéramos vueltas cerca de mi casa para localizar a Otro Técnico en lavadoras. Se bajó en una cuadra para preguntar y pedir señas, con tan buena suerte que le dijeron a dónde dirigirnos.
El encargado pidió los mismos datos que todos y por la tarde, cuando ya daba yo por perdido al Tercer Técnico, ¡apareció!. El dictamen fue grave pero no es mortal, y espero que mañana la mudez del aparato se convierta en el viejo chaca chaca de siempre.
En tanto, en lo que conseguí ir a lavar mi ropa a casa de Alejandro, he perdido -y espero que no irremediablemente- mis anteojos.
En el inter hicimos pollo a las ciruelas, comimos, enseñé a Iris a jugar backgammon, avancé con Yadi en el embellecimiento de su libro y conversé largamente con Marina, mi amiga surtidora de productos Avón... cuyo esposo quizá me de trabajo.
¿No es hermosa la vida?

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