Mi amigo escribió su tristeza al ver lo que sucede en un país de centroamérica, y por desgracia me parece que el modo en que ahora vivimos en la mayor parte del mundo, nos iguala más que nunca aunque no para bien... Aquí comparto lo que reflexioné al respecto.
Carlos, lo más triste es que tú hablas de tu patria y sin embargo siento que miro a cualquiera de mis niños mexicanos que hacen exactamente lo mismo para allegarse de recursos, en los márgenes de las carreteras, bajo inclementes días de sol, sin un solo arbusto en los alrededores y sin tener qué ponerse para paliar el sol, sin agua, solamente polvo seco, tierra, así se ven cada tanto los grupitos de ancianos y niños. La primera vez que me tocó me detuve a preguntar qué hacían, si vendían algo o por qué estaban ahí tanto tiempo. Venimos a pedir, dijeron. No tienen comida y sus casas no se miraban en todos los alrededores, a menos que fueran cuevas, que no es difícil. Se mantienen apostados al margen de la carretera porque saben que hay paisanos, gente que trabaja en los Estados Unidos y que viene a ver a sus familias, que saben cómo se vive la pobreza y vienen dejando bolsas con ropa y con comida en el recorrido hasta sus lugares de origen.
Sé que se llora, que se pregunta uno muchas cosas, sé también que da vergüenza tener al menos más de un par de zapatos en casa... pero la humillación es peor porque sabemos que estamos así precisamente por lo que dices, porque nuestros pueblos no tienen memoria o definitivamente nacimos con algún maleficio que nos impide seguir levantando la cabeza como hicieron nuestros próceres, especie extinta.
Yo sueño con mi autobús amarillo porque me representa de algún modo la manera en que podría seguir intentando por medio de los niños, que las cosas cambien. Aunque yo no lo vea, aunque tarde mil años, quiero el bús amarillo para seguir poniendo mi granito, el más pequeño, invisible pero cierto como nuestra esperanza.
Carlos, reciba mi más solidario abrazo. Y no deje de ver ni de sentir, porque ésa es la memoria...
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