Tejedora de luz
para Norma Durand González
Ella mira la vida con sus manos
y no hace caso de callos ni de penas.
Hila en lo oscuro sus luminosas horas,
las cuenta por el ruido que hacen,
estudia los murmullos que provocan.
Vive en la sombra de un lugar ajeno,
en donde el resto de nosotros pierde el paso.
En su memoria guarda penumbras minuciosas.
Ella estira sus dedos incansables tocando mi cabeza,
calculando el volumen mis huesos,
averiguando de quién heredo mis facciones.
Para ella soy así: una delgada niña quieta
que cambia el timbre de su voz
conforme avanza el tiempo.
Y si ella no ve en mí más que a la niña,
su certeza me devuelve fiel mi infancia.
Yo necesito recordarla cada vez que me pierdo,
cuando es más densa la angustia de la luz.
Yo necesito recordarla con su esplendor de ovillo
para saber como ella que contra todo puedo.
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