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Un poema antiguo, de los que siempre duelen





Rimero

I
No he de beber la leche
del seno de mi madre;
no he de ser bienvenida
porque nací marcada
con figura pequeña,
con la voz más desnuda
que de recién parida.
No he de sentir cobijo
a la sombra  
del nombre de mi padre.

Ya murmura mi sangre   
su cansado latido
y regresa la voz
con su sentencia.
Ya me viene la niña
de la angustia,
la joven quimerista,
la mujer temblorosa.
Ya me vienen 
la madre germinal,
la hija no grata,
la ramera triste,
la india sola.

Ya vienen todas
a entrar en mi osamenta,
este andamio de penas
que apenas me sostiene.
Siento bien cómo encaja
en mi mano la otra mano
de quien es señalada,
la que tampoco tuvo
del pecho de su madre
una vacuna de calostro
contra el designio
de ser hembra.






II
No quiero ver silencios 
instalados en filas;
no detengo a los ruidos
que el día deja tirados.
Que se dejen las noches
de pudrirme los sueños,
déjenme entrar al ocio
de ser sólo otra vida
para no  llorar sangre,
para tener lo mismo
que otros gastan serenos 
sin condena.
Que se deje la vida 
de atravesarme  gatos
cada vez que por trozos
me robo mi destino,
no vaya a ser que encuentre
por fin las maldiciones
y me convierta en Circe
en Lilith, 
Salomé,
y desate estas manos
para que se levanten
o degüelle al silencio
para que todos oigan.


III
Interminables huellas
jamás recolectadas
construyen un sendero
arrancado al desierto.
Me niego a ver los ojos
que de lejos no miran,
no quiero oír las voces,
el rimero de quejas
que en el silencio punzan,
que sin ruido taladran.

Ya me dice la noche
con su llagada luna
que su plata es un filo
en las sitiadas hembras 
desde ayer en el tiempo,
Ya murmura mi sangre
su cansado latido,
me sostienen los huesos
en andamio de penas
y este rimero triste
de mujer condenada
se me esconde en el pecho
cuando vienen la india,
la mujer o la madre
cancelando los sellos
de la ancestral condena
para que beba dulce
calostro alguna niña
y yo duerma en el sueño
y me ría con la vida



Liz Durand Goytia

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