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México tiene oro


Definitivamente no puedo quedarme al margen de la alegría de ver a nuestros jóvenes recibiendo una medalla tan bien ganada en el futbol. Me sumo a la alegría que proporciona el logro. Pero sin euforia, con la cabeza suficientemente fría para entender que quizá es parte del comienzo hacia el cambio, que quizá esos jóvenes son parte de los otros que tienen otras trincheras desde donde intentan cambiar las cosas.
La manipulación mediática en esto de los triunfos nacionales en el deporte es nauseabunda, y desde luego me abstengo, pero me preocupa que tantos y tantos paisanos estén sometidos a ese modo de ir poniendo capas para tapar la luz y dejarlos como están, en la oscuridad.

Pero hoy México tiene oro. Lo ha tenido desde hace mucho sin saberlo, viene de nuestros ancestros, cuyo dorado resplandor hemos dejado atrás sin hacernos cargo de ese precioso legado.
Viene de la gloria de los hombres que llamamos héroes, los conocidos y todos esos anónimos que por fortuna nunca se enteraron de que su sangre no alcanzó a marcarnos, que su lucha se quedó en el camino y que seguimos de frente con mirada ciega.
Viene de los templos en donde se rendía culto al honor, a la vida y a la muerte con el respeto que merecen.
Viene de muchos de nosotros de hace tiempo: maestros, obreros, campesinos, todos nacidos bajo el signo del águila devorando una serpiente.
Aquí, ahora, la estamos mirando: la gloria del oro que la televisión nos mete por los ojos como algo increíble, que parecía inalcanzable, algo totalmente fuera de lo común o lo esperado, algo que sigue pareciendo un sueño.
Pero no, no es ese el oropel que merecemos, y hay que tener mucho cuidado. Digamos no a la manipulación mediática de un triunfo que puede quedarse hueco a nivel nacional. Veamos hacia nosotros, hacia cada uno de los que festejan, a sus quehaceres de cada día con todo el esfuerzo que se necesita para vivir aquí, en este país donde la gasolina nos tiene con la bota en el cuello, donde encontrar trabajo es un martirio, donde a la vuelta de todas las esquinas resulta que la vida ya no vale nada. 

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