La señora Rosita tiene una fonda en la Calle Cuarta y la conocí porque ahí come todos los días mi amigo Edgar, es uno de los abonados de ese lugar donde se come comida casera que para mi gusto es demasiado abundante y se cebe al buen corazón de la dueña, que al parecer piensa que la buena alimentación tiene que ver con la cantidad de comida.
Conversando con ella me contó que lo que más le gusta es la repostería, y que le encargan muchos pasteles. Las galletas de nuez que hace son deliciosas, me consta, así que intenté probar uno de sus pasteles y se lo encargué la semana pasada.
Este martes lo fui a recoger. Le pedí que fuera sencillo, principalmente porque recién estuve recordando cómo era el sabor de los pasteles en mi infancia. Bueno, lo tengo muy claro porque sólo tuve dos pasteles de cumpleaños que hizo mi abuela Angela, la madre de mi papá. Por supuesto que recuerdo aquel sabor, el olor cuando lo horneaba, la desesperación de ver el pan en el molde sobre la mesa, esperando a que enfriara sin encontrar una manera de acelerar el proceso... Cuando estaba ya frío mi abuelita lo cortaba por en medio y quitaba la parte superior para volver a colocarla después de haber untado con mermelada de fresa la mitad que había quedado en el plato, como si fuera un sándwich. Luego preparaba lo que los niños llamábamos "el merengue" con claras de huevo y azúcar. Sé que tenía nueces pero no sé si estaban encima de la mermelada o del merengue.
El caso es que cuando recogí mi pastes este martes, decía, lo llevé a casa y a la primera mordida ¡zaz! ¡el sabor de mi infancia! ¡igualito!
Es impresionante tener memoria para los sabores, pero cuánto me alegro.
Y así, sin ninguna razón en especial, sólo por gusto, he tenido este pastel que la magia de las manos de Rosita y mi memoria han hecho que disfrute de manera asombrosa. ¿Gustan? Les debo la foto porque ya sólo queda la mitad...
Conversando con ella me contó que lo que más le gusta es la repostería, y que le encargan muchos pasteles. Las galletas de nuez que hace son deliciosas, me consta, así que intenté probar uno de sus pasteles y se lo encargué la semana pasada.
Este martes lo fui a recoger. Le pedí que fuera sencillo, principalmente porque recién estuve recordando cómo era el sabor de los pasteles en mi infancia. Bueno, lo tengo muy claro porque sólo tuve dos pasteles de cumpleaños que hizo mi abuela Angela, la madre de mi papá. Por supuesto que recuerdo aquel sabor, el olor cuando lo horneaba, la desesperación de ver el pan en el molde sobre la mesa, esperando a que enfriara sin encontrar una manera de acelerar el proceso... Cuando estaba ya frío mi abuelita lo cortaba por en medio y quitaba la parte superior para volver a colocarla después de haber untado con mermelada de fresa la mitad que había quedado en el plato, como si fuera un sándwich. Luego preparaba lo que los niños llamábamos "el merengue" con claras de huevo y azúcar. Sé que tenía nueces pero no sé si estaban encima de la mermelada o del merengue.
El caso es que cuando recogí mi pastes este martes, decía, lo llevé a casa y a la primera mordida ¡zaz! ¡el sabor de mi infancia! ¡igualito!
Es impresionante tener memoria para los sabores, pero cuánto me alegro.
Y así, sin ninguna razón en especial, sólo por gusto, he tenido este pastel que la magia de las manos de Rosita y mi memoria han hecho que disfrute de manera asombrosa. ¿Gustan? Les debo la foto porque ya sólo queda la mitad...
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