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Traducir, interpretar...



Puede resultar extraño construir o crear un cuadro a partir de una idea ajena. Una idea que conozco pero que, finalmente, no es una vivencia propia, y con seguridad los códigos que yo maneje podrían diferir de los de la persona que ideó el cuadro y me encargó su manufactura.
Trabajar así es como ir por un pasadizo en tinieblas. Camino con los brazos extendidos intentando percibir qué color me habla, qué sombra me murmura, qué líneas o formas se apegan a mis manos.
Anoche estuve hasta casi las tres de la madrugada buscando el cuadro. La noche fue como laberinto, intenté entrar y me quedé atrapada, sin hallazgo y sin salida.
Es un reto trabajar con emociones ajenas. Pero por otro lado, qué tan ajena puede ser la emoción de alguien semejante, si todos en algún momento percibimos tristeza, orfandad, alegría, plenitud o frustración. Con esas emociones sentimos empatía, y eso puede facilitarme el trabajo de interpretar, pero constantemente pienso que, finalmente, el cuadro que está en la cabeza de quien generó la idea tendrá que ser diferente del que provoca en la mía.
En fin, veré si en este camino a ciegas recibo al fin un rayo de color...

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