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Mi monólogo

Será el sereno, pero para mí que sigo teniendo treinta años. Si no me fijo mucho en el espejo -y no me pongo los anteojos- puedo verme de treinta. La vestimenta ayuda pero lo más importante es no dejar que me avasalle la impertinencia de las canas. Caminar ágilmente y seguir usando tacones aunque me estén matando los juanetes. Recordar que se debe sonreir con amplitud para disimular la arruga y causar impresión de dinamismo. Ese es mi reglamento para comenzar el día.
Y en el desayuno no olvidar la avena para bajar el colesterol ni la cucharada de miel “para la lozanía de la piel”.
Muchos de mis días los puedo transitar así, como si no fuera yo cincuentona. Y no es que me pese ni mucho menos me avergüence la edad. Es que para el resto de la humanidad resulté ser un vejestorio desde los treinta y ocho, que fue cuando me quedé sin trabajo. Simplemente, por más experiencia y buena presentación, al llegar a los datos personales y ver mi edad, me salían con que “nosotros la llamamos” y nada. Por eso me dijo Estela que pusiera una edad falsa. “Al cabo te ves más joven”, me dijo. Pero no quise hacer trampa y claro, desde entonces no tengo trabajo fijo.
Pero como quiera tuve que entrar en el juego de las simulaciones para que la gente no sepa mi edad y deje yo de andarme arriesgando a pasar por invisible debido a mis años. Tengo que seguir sintiéndome hermosa y sexy y ágil para seguir siendo yo, por fuera y por dentro. O al menos para recordar cómo era cuando todavía no era una mujer, digamos, “madura”.
Que por cierto no es que pesen, los años, pero qué feo se siente tener la clásica irritación a medio día por la resequedad en los ojos. Y para qué hablar de resequedades más dolorosas... Carmen dice que lo más patético que le ha pasado fue encontrar canas en donde te platiqué. Yo digo que en estos tiempos si quieres te rapas y ni quién sepa, así que para mí no sería “la decadencia” como dice ella en tono tan fatal. Para mí es más incómodo no distinguir los precios de las cosas en el súper cuando no llevo los bifocales que no me acostumbro a usar.
Pero tampoco me doy atole con el dedo y claramente veo que cuando tengo ganas de llorar porque veo en la tele un perro con orejas largas y ojos tristes, es la jugarreta de las hormonas lo que lo provoca. O cuando voy a la compra y me desesespero hasta la rabia porque la cajera trabaja a treinta revoluciones por minuto según yo.
Y si al arreglarme las uñas las encuentro quebradizas y me veo la piel como de iguana, estoy a punto de colocarme con resignación el tan llevado y traído letrerito de menopáusica que me da tanta tirria desde la primera vez que oí la palabrota.
Es que además cómo fastidia que siempre nos anden colgando etiquetas “ama de casa” “madre abnegada” “sex simbol” “femme fatale” etcétera, cuando somos solamente mujeres. Y eso de “solamente” sobra, porque es bastante con ser mujeres. Porque a poco no, todo el mundo sabe que viejas viejas pero seguimos siendo m u l t i f u n c i o n a l e s. Sí, claro, también multiorgásmicas, nomás faltaba que también eso se atrofiara. Lo único malo es que si de por sí es una lenta para arrancar motores, con la menopausia es como si necesitáramos anticongelante.
Total, servimos para todo y para lo que se ofrezca. Hasta para consolarnos solas cuando de veras amanecemos adoloridas sintiendo que no es justo tener la sensación de que somos de treita años pero el cuerpo no se da por enterado y nos tiene tiradas con un cansancio olímpico que nos hace sentir que los hijos o el marido o el jefe o todos juntos son los peores esclavistas que ha conocido la tierra, rufianes egoístas que se sirven de nosotras para tener una vida mucho más plena y maravillosa que la nuestra, sin los escalofriantes cambios hormonales que nos hacen tan temibles.

Edades

Mirando en el espejo mi reflejo más mudo
contemplo líneas en mi rostro:
tan discretas que yo las ignoraba;
tan marcadas que tú no las olvidas.

En el exilio que me impuso tu mirada
un aire nuevo me renace los ojos
y en otra brisa se mecen mis cabellos.

No son los años lo que cargo a cuestas:
porque los besos dejan rastro,
porque las alegrías marcan los párpados,
porque el amor surca los rostros,
tengo discretas líneas que ignoraba
y que luzco ahora como alhajas
para que nadie ignore que es la vida,
no son los años lo que cargo a cuestas.

Comentarios

Betty Rodríguez ha dicho que…
Hola amiga!!!!!!!
te cuento que me encantó tu monologo, y me identifiqué mucho con él, y eso que apenas cumplí los 32, jejejejeje
sabes? hoy saliendo del trabajo ocurrió algo maravilloso que no llevó más de 5 minutos, y me devolvio las ganas de vivir y de disfrutar cada instante; de volver a ser la de antes, la de siempre!!!!!!

espero que sigamos en contacto, y te prometo que seguiré visitando tu página!!!!!!

te quiero mucho!!!!!

atte. Betty Rodríguez.
Anónimo ha dicho que…
Liz querida, no sabes lo que me he reído con esta lectura, es tan cierta jaja.... has relatado los estados por los que vamos pasando las mujeres despues que pasamos los cuarenta y tantos que no podía menos que afirmarme de cada una de tus letras para no morir de risa. Las conversaciones q tenemos las mujeres son exactamente esas... fue un grato placer detenerme en tu casa. Un abrazo muy cariñoso para ti y nuestros años.
Patricia
Lauri García Dueñas ha dicho que…
me gustó muchísimo esta entrada, tenés una fluidez y una sinceridad que me dejaron encantada. un saludote

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