Llegué a la zona en donde están los pacientes en recuperación que pueden recibir visitas. Una señora tipo costeña sentada en su cama conversaba con otra acerca de una enferma que al parecer ya no estaba, comentando lo que le platicaba. La que escuchaba le pidió detenerse un momento para traer a los críos y que la oyeran. Vi que la enferma ponía la misma cara de sorpresa que yo pero la mujer ya había salido en busca de las criaturas. De regreso le pidió que pormenorizara su relato y así comenzó de nuevo la enferma… el niño tiraba de la sábana… ¿cómo fue que dijo ella, qué le contó? ¡escuchen niños! La niña pellizcaba los pies de la enferma, quien a manotazos trataba de alejarla… la encargada de los niños como si no los viera, sólo se ocupaba de mantener hablando a la enferma… los niños se fueron a otra cama y vaciaron un vaso de agua encima de de la cama…
Yo me di la vuelta para visitar a otra enferma; estaban unas extranjeras de visita también y a punto de retirarse como yo. Comencé a buscar en mi bolsa el pase de salida y dejé afuera una cajita de cartón que había perdido su tapa y contenía un juego de moño para el cabello y aretes. La mujer tica los vio y dijo “Oh, un cumplido de pésame, qué lindo” Mirá fulanita, como los que me regalaron cuando murió mami”. Yo le dije que había estado escombrando en mi casa y había encontrado varios juegos como ése pero que no sabía que tuvieran ese propósito. Los de mi cajita estaban hechos de metal a manera de red y los aretes tenían un piano y una vela, pequeños y exquisitos.
Avisé que me retiraba y la colombiana me dijo que saliéramos juntas. A punto de entrar al elevador le dije que tenía que ir a Rectoría. Te acompaño, me dijo y entonces me di cuenta de que no sabía en dónde quedaba y también vi que ése no era el edificio que yo conocía, estaba en otra parte, este edificio era antiguo y tenía paredes de madera labradas pero descuidadas. A la vez, también recordé que el trámite en Rectoría ya había sido hecho, por lo que no tendría que pasar.
Abordamos el elevador y bajamos a la salida a la calle, donde como en todas las afueras de los hospitales reinaba un caos de gente y vehículos. Caminamos rumbo a la parada del autobús que ella tomaba para dirigirse a su alojamiento. En el camino nos acosó un sujeto en bicicleta y nos detuvimos bajo las escaleras de un puente hasta que se marchó. Nos despedimos en su parada de autobús y yo caminé para buscar el modo de regresar a mi casa.
Pregunté a un joven que había yo visto anteriormente en el hospital y ahora estaba comiendo en un puesto si me indicaba cómo llegar a la Col. Roma. Por sus gestos estaba haciendo memoria y cálculos de traslados o algo así cuando sonó el teléfono y desperté.
Orizaba, 1º de junio, 2020.
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