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Otras memorias


Cuando niña me gustaba mucho ir a casa de una tía, esposa de un hermano de mi madre. Tenía un reloj de cucú que para mí representaba un gran misterio, yo tenía cuatro años y no entendía cómo el pájaro sabía las horas para salir a cantar. También me encantaba que en el desayuno había pambazos y las servilletas eran de tela.


Pero sin duda lo más bonito era que mi tía tenía un piano y a su banquito se le levantaba la tapa que resguardaba un tesoro: montones de muñequitas de papel y vestimentas para jugar con ellas, que mi tía me prestaba seguramente sabiendo el cuidado que tendría yo con esas maravillas.

 Así empezaban las historias, poniendo nombre la muñeca rubia o la morena, poniéndoles atuendos para la ocasión que inventaba, creándoles hogares y familias... en fin, qué hermosos recuerdos se nos quedan en el nido de la memoria y salen a la luz ante cualquier estímulo.

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Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

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