
Cuando niña me gustaba mucho ir a casa de una tía, esposa de un hermano de mi madre. Tenía un reloj de cucú que para mí representaba un gran misterio, yo tenía cuatro años y no entendía cómo el pájaro sabía las horas para salir a cantar. También me encantaba que en el desayuno había pambazos y las servilletas eran de tela.
Pero sin duda lo más bonito era que mi tía tenía un piano y a su banquito se le levantaba la tapa que resguardaba un tesoro: montones de muñequitas de papel y vestimentas para jugar con ellas, que mi tía me prestaba seguramente sabiendo el cuidado que tendría yo con esas maravillas.
Así empezaban las historias, poniendo nombre la muñeca rubia o la morena, poniéndoles atuendos para la ocasión que inventaba, creándoles hogares y familias... en fin, qué hermosos recuerdos se nos quedan en el nido de la memoria y salen a la luz ante cualquier estímulo.
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