Pues sí, primero fue como volver a los quince años para, al más puro estilo de la Cenicienta, pedir ayuda de mi hija y mi amiga para confeccionar un atuendo. La pequeña casa se volvió un caos lleno de retazos de telas, plumas, escarcha diamantina, ropa que cada una trajo para aportar al disfraz, hilo y agujas, pegamento, tijeras... pero sobre todo esa emoción particular de ir a un baile a estas alturas, porque tengo que admitir que no tengo idea de cuándo pudo haber sido la última vez que fui a uno.
Luego de intentar varias ideas, desde las conservadoras hasta las más locas, finalmente dimos con un atuendo por pura chiripa. Resulta que el maestro Merino antes de irse a La Paz me hizo favor de entregarme una prenda de seda cruda que nunca supe por qué tenía pero supuse que era la caracterización de alguna modelo para un cuadro, y había yo olvidado que la tenía guardada. Cuando descubrí esa especie de falda le encontré potencial y convoqué a mis ratoncitas para que me ayudaran a montarla como pieza principal del atuendo. Iris vino a dar con una bolsa llena de prendas maravillosas entre las cuales descubrí la blusa que complementaba la falda, y ya tenía arreglado el antifaz, así que luego de los ajustes para que yo cupiera en la prenda, Iris hizo el anuncio de que si no se planchaba no se podía usar ni lucir. ¡No tengo plancha! recordé con terror, pero un amigo nos resolvió el problema prestándonos la suya.
Mientras yo intentaba hacer algo con mi pelo, Iris planchaba la falda, que por supuesto quedó considerablemente mejor. Pero fue precisamente al caminar que encontré que mis zapatos quedaban atrapados en una especie de bolsas que tenía el forro de la falda y me hacían tropezar. Al revisarla, mi amiga descubrió que tenía unas costuras improvisadas que procedió a desbaratar, para que descubriéramos, por si fuera poca la fortuna, que la falda tenía una hermosa cauda... ¡cada vez más suerte y más emoción!
Al final el atuendo quedó como aquí se observa, y la noche fue deliciosa. En el Riviera la gente se hizo presente con anifaces aunque con pocos disfraces temáticos. La degustación de vinos en ese ambiente de candiles, el salón de baile, la música y la compañía hicieron de la experiencia una noche memorable, aunque no puedo dejar de mencionar, como al principio anticipé, las consecuencias...
Bueno, primero una desvelada deliciosa, pero después... un dolor de columna igualmente memorable que al día siguiente disfracé como dolor de cabeza para no recibir regaños de mis allegados, cosa que de todos modos quizá no logre si es que leen esta entrada.
Todo el día de ayer me costó moverme, sobre todo para subir o bajar del auto y estar sentada fue bastante incómodo. El día de hoy desperté a las cinco de la mañana igualmente por dolor, pero estoy esperanzada a mi terapia de las once y a mi empeño por dejar atrás ese pequeño desajuste debido a mi incursión en esto de los bailes de máscaras, el primero de mi vida que quizá se convierta en un botón de muestra. Y como todos sabemos: ¡Lo bailado nadie me lo quita!
Luego de intentar varias ideas, desde las conservadoras hasta las más locas, finalmente dimos con un atuendo por pura chiripa. Resulta que el maestro Merino antes de irse a La Paz me hizo favor de entregarme una prenda de seda cruda que nunca supe por qué tenía pero supuse que era la caracterización de alguna modelo para un cuadro, y había yo olvidado que la tenía guardada. Cuando descubrí esa especie de falda le encontré potencial y convoqué a mis ratoncitas para que me ayudaran a montarla como pieza principal del atuendo. Iris vino a dar con una bolsa llena de prendas maravillosas entre las cuales descubrí la blusa que complementaba la falda, y ya tenía arreglado el antifaz, así que luego de los ajustes para que yo cupiera en la prenda, Iris hizo el anuncio de que si no se planchaba no se podía usar ni lucir. ¡No tengo plancha! recordé con terror, pero un amigo nos resolvió el problema prestándonos la suya.
Mientras yo intentaba hacer algo con mi pelo, Iris planchaba la falda, que por supuesto quedó considerablemente mejor. Pero fue precisamente al caminar que encontré que mis zapatos quedaban atrapados en una especie de bolsas que tenía el forro de la falda y me hacían tropezar. Al revisarla, mi amiga descubrió que tenía unas costuras improvisadas que procedió a desbaratar, para que descubriéramos, por si fuera poca la fortuna, que la falda tenía una hermosa cauda... ¡cada vez más suerte y más emoción!
Al final el atuendo quedó como aquí se observa, y la noche fue deliciosa. En el Riviera la gente se hizo presente con anifaces aunque con pocos disfraces temáticos. La degustación de vinos en ese ambiente de candiles, el salón de baile, la música y la compañía hicieron de la experiencia una noche memorable, aunque no puedo dejar de mencionar, como al principio anticipé, las consecuencias...
Bueno, primero una desvelada deliciosa, pero después... un dolor de columna igualmente memorable que al día siguiente disfracé como dolor de cabeza para no recibir regaños de mis allegados, cosa que de todos modos quizá no logre si es que leen esta entrada.
Todo el día de ayer me costó moverme, sobre todo para subir o bajar del auto y estar sentada fue bastante incómodo. El día de hoy desperté a las cinco de la mañana igualmente por dolor, pero estoy esperanzada a mi terapia de las once y a mi empeño por dejar atrás ese pequeño desajuste debido a mi incursión en esto de los bailes de máscaras, el primero de mi vida que quizá se convierta en un botón de muestra. Y como todos sabemos: ¡Lo bailado nadie me lo quita!
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El atuendo treminado |
En plena fiesta |
Al regreso... |
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