Lo que son las cosas: llevo unos cuantos días padeciendo calor. Tiene que ver el hecho de que mi casa se calienta mucho debido al tipo de techo que tiene, es como cuando se ha quedado el auto en la calle y te metes al medio día. A veces, ya en la tarde, me siento sofocada y me salgo al patiecito a recibir un poco de aire.
Pero a veces me detengo a pensar en cuando vivía en Monterrey, en donde llegué a experimentar 47 grados centígrados en la tremenda canícula, y me vienen a la mente aquellas noches sin poder dormir y los días enteros con un sopor impresionante y las erupciones en la piel y el aire como de una secadora de pelo y el cutis siempre con sabor a sal; recuerdo cuando despertaba y a las siete de la mañana ya estábamos a 27 grados o a 38 a las once de la noche sin la menor brisa de aire.
Entonces veo cómo somos veleidosos, cómo nos prestamos rápidamente a la quejumbre y aquí, ahora mismo, cuando estamos a 26 grados y es la una y cacho de la tarde, me siento sofocada y pienso que aquí, al contrario que en Monterrey, no hay una plaza comercial con aire acondicionado para irse a meter durante las horas calurosas.
Eso me lleva a pensar, entonces, sobre cuánto me he quejado de esas horribles plazas que acabaron con nuestras tiendas o mercados, y sin embargo de pronto, en algún momento he extrañado.
Hemos de corregirnos, de no tender siempre hacia lo fácil con tanta prisa. Bueno, debo hablar en singular, hablo de ser congruente y sobre todo, de mirar, como he procurado durante mi vida, mirar siempre lo bueno y grato de las cosas.
Intentaré, por tanto, de entender al calor para disfrutarlo, y si no llego a tanto, al menos para tolerarlo.
Si alguien tiene una receta, se la agradeceré.
En la foto, un mirador que está en la carretera Tijuana-Ensenada, aunque con algo de bruma.
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