La vida siempre está llena de cosas. Y la que ahora me ocupa es la fallida maternidad de una perra rotwiler, Chuchis, que de once cachorros que tuvo, viven solamente dos. La madre no tiene el menor instinto maternal, y ella misma asfixió a los pequeños. Los dos últimos fueron rescatados apenas a tiempo. Ahora tienen tres semanas de nacidos, y comen cada cuatro horas. Se tuvieron que separar porque prácticamente se comían uno al otro buscando el pezón de la madre. Hoy los llevamos al perriatra y les autorizó el cambio a un biberón más grandecito. Son diminutos y desvalidos, el macho, Tango, todavía no abre sus ojitos y ambos caminan como arañas, sin ninguna coordinación. Prácticamente comen y duermen como todos los bebés. Les han puesto su primera inyección, inocentes.
Lo que me preocupa es que mientras los tenga aquí, de algún modo estarán seguros, a pesar de mis angustias y aprensiones. Pero en cuanto sea el tiempo de darlos en adopción será bien difícil que alguien los quiera: la raza es muy temida, o los quieren para pelea, y estos pequeñitos no creo que sirvan tanto para eso porque materialmente creen que mi madre y yo somos su madre, persiguen el olor de mis pies cuando ando descalza a su alrededor, y no sé si eso resulte para ellos en una desventaja, pues ya sabemos de cuántas cosas crueles es capaz el hombre.
Pero no quiero complicarme con lo que vendrá, me voy a ver bien zen y a pensar solamente en lo graciosos que son, lo diminutos, lo fuertes por estar resistiendo y enfrentarse al mundo y a la vida completamente dejados del cuidado de su perra madre que anda por ahí como si nada...
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