



La vida viene y va, la vida sigue su curso y nosotros igual en el camino por donde nos toca. Así, a la vez que tenemos la pena de la enfermedad de mi hermano, hemos tenido la alegría de festejar los primeros treinta años de vida de mi hija.
Contrario a lo que se pensaba, no fue víctima de la dichosa depresión de los treinta y estuvo muy animada organizando su reunión con el tema de los años setenta.
Bastante difícil encontrar cualquier cosa de esa época hoy en día, que no sea algo de ropa parecida.
Sin embargo se hizo lo que se pudo y se ambientó de manera agradable siempre pensando que la diversión era lo más importante.
La velada transcurrió con amigos íntimos y hubimos de pasar un examen de baile, coordinación y memoria que me parece que nadie pasó con honores, aunque debo admitir en favor de los hombres que estuvieron bien caracterizados para su espectáculo pues las pelucas afro no se hicieron esperar y con los cuellos postizos que confeccionamos Alex y yo para las camisas, se superó el problema de la vestimenta. Degustamos exquisitos guisos en tradicional taquiza, un delicioso pastel tiramisú y al cierre, después de bailar disco y un danzón que se coló, nos despedimos con la increíble voz de Isabel Boulé con el disco que llevó Silvine.
Lástima que la crónica fotográfica estuvo muy complicada, primero porque todos estábamos bailando y luego por la oscuridad pues no quisimos arruinar la ambientación a media luz como de bar. De lo poco rescatado comparto.
Me alegro infinitamente de haber cumplido esos treinta años de ser madre de Pablita.
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