
Ayer el tiempo cobró para mí un peso impresionante. Me parecía imposible contenerlo para que no me aplastara. Todo, además, se puso casi negro. En balde el sol, el canto de los pájaros o los intentos de Alex para hacerme ver lo que tengo, en lugar de lo que no tengo.
Soy una persona optimista por fortuna, de manera que estas minidepres no son permanentes aunque últimamente esporádicamente frecuentes, si cabe tal cosa. Estoy acostumbrada a eso, a poner en la balanza siempre lo bueno primero.
Pero ni modo, ayer me rebasó el peso de las cosas que para mí no van bien y tuve la sensación de que serían así permanentemente, que nunca volvería a dar clases a los niños, que mi pintura no debería continuar porque no se vende, que de nada sirve, a nadie le sirve, que publique otro libro de poesía. Prefiero hacer cosas que también sirvan a otros. Y por el momento no encuentro la manera, aunque muchos sepan que es muy fácil. Tengo mis limitaciones y por eso debo ser cuidadosa para hacer lo que considero útil para algunos otros.
En fin, el aire que respiré era tan denso, tan caliente, que me sofocoaba. Y el peso del día de ayer fue tanto que me siento adolorida.
Yo por eso quiero mi autobús amarillo.
Por cierto, la foto es de un cuadro que me compraron en una de mis exposiciones, aclaro para poner en evidencia la falta de objetividad de las minidepres...
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