La primera vez que supe de Vero fue porque su madre, compañera mía de trabajo, me platicaba todas las que pasaba por esa hija que en un diciembre, cuando tenía 17 años había tenido un accidente que la dejó inválida. Toda la estancia en el hospital, la manera en que tomó la noticia, el modo como se recuperó y adaptó luego de un largo y penoso proceso.
Como mi amiga y yo nos hacíamos más cercanas, ella platicaba también de mí en su casa, y al poco rato Vero me hacía llegar unas cartas en las que decía cómo me imaginaba y me decía que sentía que era mi hermanita y esperaba que nos conociéramos.
Los duros tiempos que vivíamos para sacar adelante a nuestras familias nos impedían vernos porque vivíamos en lugares muy alejados en el DF. Pero mi vida cambió para bien y al fin pude acordar con mi amiga una visita en su casa, una noche de viernes en una reunión, porque ellas todas eran muy alegres y en su casa siempre había música y baile.
Cuando llegué a su casa mi amiga no había llegado de su segundo trabajo. Tocamos el timbre y escuchamos un lejano "ahí voy"... y luego, parados frente al ventanal, sin opción de voltear para otro lado, vimos cómo ella, la Vero, bajaba sentada penosamente los escalones, dejándose caer de uno en uno hasta llegar a la planta baja, subir a su silla de ruedas con mucha dificultad y al fin, abrirnos la puerta con una sonrisa de sol ¡porque al fin nos conocíamos! me decía lo bonita que me veía y lo mucho que esperaba que nos conociéramos.
Al rato llegó mi amiga y luego más invitados, de modo que pronto había música, charlas y baile. Como Vero vio que yo no bailo, me sacó a bailar un rocanrol. Estupefacta no supe qué hacer, lo único que entendía claramente era que no era opción desairarla. Así que me fui con ella, nos hicieron cancha en el centro de la sala y se soltó la música: Vero me "llevaba" con las manos, me hacía dar vueltas de ida de y de regreso y en algunos momentos me decía "espérame tantito", y se ponía a dar vueltas con su silla de ruedas para luego de nueva cuenta tomarme de la mano para seguirme bailando.
Sus aventuras son incontables, todas hablan de mucha alegría, fuerza y generosidad. Su determinación la llevó a ponerse en pie y dar pasos después de haber sido diagnosticada como una persona que jamás volvería a caminar. Su alegría nunca tendría límites y sus ganas de vivir siempre inmensas, superando depresiones, abandonos, pobreza y cuanta cosa.
La última vez que fui de visita por sus lares para ver a mi amiga fui a la casa donde ya vivía sola porque se empeñó en ser independiente: una casa coquetísima llena de detalles como era ella. Y al despedirnos se quitó la pulsera que llevaba y me dijo "llévate mi corazón"...
Y aquí lo tengo, dolorido, apachurrado, anegado en llanto al enterarme por voz de mi amiga querida que hace ocho días operaron a Vero, las cosas se complicaron y marchó. Nos dejó "bailando solas". Yo aún no lo creo pero la voz de mi amiga no miente, me transmite su perplejo dolor, inmenso como la noche que siente encima.
Yo aquí no puedo más que honrar la memoria y cariño de Vero y de mi amiga que tan generosamente me aceptaron como una hija o hermana más. Con un llanto raro que contiene rastros de alegría, remembranzas, melancolía, dolor y asombro. Gracias eternas, Vero, siempre con tanta luz, Dios contigo.
Como mi amiga y yo nos hacíamos más cercanas, ella platicaba también de mí en su casa, y al poco rato Vero me hacía llegar unas cartas en las que decía cómo me imaginaba y me decía que sentía que era mi hermanita y esperaba que nos conociéramos.
Los duros tiempos que vivíamos para sacar adelante a nuestras familias nos impedían vernos porque vivíamos en lugares muy alejados en el DF. Pero mi vida cambió para bien y al fin pude acordar con mi amiga una visita en su casa, una noche de viernes en una reunión, porque ellas todas eran muy alegres y en su casa siempre había música y baile.
Cuando llegué a su casa mi amiga no había llegado de su segundo trabajo. Tocamos el timbre y escuchamos un lejano "ahí voy"... y luego, parados frente al ventanal, sin opción de voltear para otro lado, vimos cómo ella, la Vero, bajaba sentada penosamente los escalones, dejándose caer de uno en uno hasta llegar a la planta baja, subir a su silla de ruedas con mucha dificultad y al fin, abrirnos la puerta con una sonrisa de sol ¡porque al fin nos conocíamos! me decía lo bonita que me veía y lo mucho que esperaba que nos conociéramos.
Al rato llegó mi amiga y luego más invitados, de modo que pronto había música, charlas y baile. Como Vero vio que yo no bailo, me sacó a bailar un rocanrol. Estupefacta no supe qué hacer, lo único que entendía claramente era que no era opción desairarla. Así que me fui con ella, nos hicieron cancha en el centro de la sala y se soltó la música: Vero me "llevaba" con las manos, me hacía dar vueltas de ida de y de regreso y en algunos momentos me decía "espérame tantito", y se ponía a dar vueltas con su silla de ruedas para luego de nueva cuenta tomarme de la mano para seguirme bailando.
Sus aventuras son incontables, todas hablan de mucha alegría, fuerza y generosidad. Su determinación la llevó a ponerse en pie y dar pasos después de haber sido diagnosticada como una persona que jamás volvería a caminar. Su alegría nunca tendría límites y sus ganas de vivir siempre inmensas, superando depresiones, abandonos, pobreza y cuanta cosa.
La última vez que fui de visita por sus lares para ver a mi amiga fui a la casa donde ya vivía sola porque se empeñó en ser independiente: una casa coquetísima llena de detalles como era ella. Y al despedirnos se quitó la pulsera que llevaba y me dijo "llévate mi corazón"...
Y aquí lo tengo, dolorido, apachurrado, anegado en llanto al enterarme por voz de mi amiga querida que hace ocho días operaron a Vero, las cosas se complicaron y marchó. Nos dejó "bailando solas". Yo aún no lo creo pero la voz de mi amiga no miente, me transmite su perplejo dolor, inmenso como la noche que siente encima.
Yo aquí no puedo más que honrar la memoria y cariño de Vero y de mi amiga que tan generosamente me aceptaron como una hija o hermana más. Con un llanto raro que contiene rastros de alegría, remembranzas, melancolía, dolor y asombro. Gracias eternas, Vero, siempre con tanta luz, Dios contigo.
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